Nona Fernández y los reflejos del Mapocho
Entrevista

Nona Fernández y los reflejos del Mapocho

Dice desconocer con qué hilos se teje el actual sueño chileno, aunque en su novela Mapocho escribe que los muertos resucitan en el espacio onírico. Nona Fernández (Santiago, 1970) se ha declarado hija de la dictadura. Su escritura está marcada por ese periodo, como una grieta en la carne, como el grito silente de un suceso que reverbera.

Se crió en La Chimba, un barrio santiagueño al pie del Cerro de San Cristóbal. Allí está la casa de Pablo Neruda, la Iglesia de la Recoleta Domínica, el Cementerio General. Es el punto donde el conquistador Pedro de Valdivia fundó Santiago en 1541. Su vocablo quechua significa “del otro lado del río”, en referencia al Mapocho, afluente que serpentea lo que queda de su memoria como herida en la tierra. Cuando el golpe de estado derrocó a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, Nona tenía tan sólo dos años de edad. Su novela Space Invaders muestra el régimen de Augusto Pinochet desde el testimonio infantil. Sueños, recuerdos, son los materiales con los que intenta construir una memoria hasta cierto punto biográfica. Santiago es su mapa de escritura, allí se ubica. Confiesa que le cuesta pensar en una postal de esa ciudad sin el militar estruendo. Un avión la trajo a la Feria Internacional del Libro Coahuila (FILC) 2023. Está en la Sala Enriqueta Ochoa del Centro Cultural Universitario de Arteaga. La acompaña la poeta y periodista Sylvia Georgina Estrada. Nona habla de su juventud chilena, donde la realidad era porosa, poco clara y que sólo al ser adulta pudo darse cuenta de lo cerca que estuvo del horror. Más tarde establecerá un diálogo con la poeta Zel Cabrera y el escritor Franco Félix sobre el cuerpo, la enfermedad y la escritura. Son casi las siete de la noche. Nona entra a la sala de prensa. Observa la mesa y acude a la cafetera para extraer el líquido oscuro en un vaso de unicel. ¿Qué se puede hablar del sueño de Chile a meses del 50 aniversario del golpe de estado? La escritora intenta capturar retazos de ideas, pero se declara perdida. Reconoce que su país no es perfil de un sólo rostro y señala un sueño que nunca fue al llegar la democracia. Su obra literaria testifica, echa raíz en la cacería de un cuento que no terminó de contársele.

Tengo aquí un ejemplar de tu novela Mapocho, titulada así por el río que cruza a Santiago. ¿Qué autorretrato te regresa el reflejo en las aguas de ese afluente?

Qué difícil pregunta. Es interesante porque… claro, mira, me cuesta salir del tema social que hemos estado viviendo en Chile, porque he estado muy involucrada y han sido tiempos bien efervescentes donde hemos tenido poca posibilidad o estamos teniendo recién posibilidad de cantar un poco, de observar y pensar. Y lo engancho con tu pregunta en términos de lo que uno ve. ¿Qué veo en este momento en el reflejo? Yo diría que veo a una mujer en la incertidumbre —no falta de confianza, pero en la incertidumbre—, cansada también y muy revuelta, después de años de efervescencia social que han sido muy importantes. Esperando un poco replegada, observando la realidad. Intentando también pensar esta nueva realidad, este nuevo reflejo en un escrito, en varios escritos o en la escritura. Me siento en un momento de bastante incertidumbre y de observancia, más que de acción. Vivimos tiempos de mucha acción y ahora me siento en un momento de intentar entender qué es lo que ocurre y cómo uno puede sumarse a intentar seguir un camino. Un camino que tiene que ver con lo social, con los cambios, las informaciones. No sé si estoy siendo clara. Es buena la pregunta, porque no tenía respuesta. Dice desconocer con qué hilos se teje el actual sueño chileno, aunque en su novela Mapocho escribe que los muertos resucitan en el espacio onírico. Nona Fernández (Santiago, 1970) se ha declarado hija de la dictadura. Su escritura está marcada por ese periodo, como una grieta en la carne, como el grito silente de un suceso que reverbera. 

Ahora que nombras la observación, mucho de tu trabajo está basado en archivos y Mapocho no es la excepción, pues parte de una fotografía de la dictadura donde hay tres cuerpos. La fotografía muestra un reflejo de la realidad, es como mirar un reflejo en el agua. En este caso, ¿qué te causó reflejo de esas tres personas a nivel personal y narrativo?

Es verdad que cuando uno mira a la imagen hay algo que ocurre, como que el tiempo de esa imagen se detiene o se vuelve presente. Y lo que me pasó con esa foto en específico es... claro, yo conocía por testimonios o por relatos, que durante el golpe militar, en el Mapocho se habían hecho fusilamientos y arrojado cuerpos. He escuchado testimonios de gente que ha visto cuerpos flotando o en la ribera del río. Es un río que en el invierno era muy caudaloso —ya está prácticamente seco— y en septiembre no tenía tanta agua, pero sí corría. Algunas personas vieron cadáveres. Entonces conocía esos relatos. Pero vi una fotografía, como lo cuento ahí, en una revista de oposición a finales de los noventa y me llamó muchísimo la atención. Creo que la impregnancia de una imagen es distinta a la del relato. Es loco, porque se vuelve presente. El relato, de alguna u otra manera, uno lo configura en la imaginación, uno se hace autora de él, le pone imagen, pero acá lo vi y fue brutal. Además, era una fotografía donde estos tres cuerpos estaban muy cercanos a un puente que es muy concurrido, muy central, un puente que siempre recorría en esa época. Fue muy brutal. Creo que lo digo en el prólogo, es como de pronto ver, en el patio de tu casa, algo que no habías visto; algo que sabías que existía, quizá, pero verlo en un lugar tan familiar era muy distinto. Esa brutalidad, ese volver presente, esa imagen, me despertó las ganas de saber quiénes eran esas personas, cómo habían ido a dar ahí. Intenté una investigación en la que fracasé completamente. No supe quiénes eran. Mi idea era un libro que iba a dar cuenta de esas voces, de quienes eran esos cuerpos, cómo habían sido las vidas de esos cuerpos, darles un nombre. Fracasé, no lo logré. Y el libro terminó siendo el que leíste.

Imagen: Cortesía

Comienzas Mapocho narrando desde la voz de una mujer. Dices en la introducción que lanzar los cuerpos al río no es propio de la dictadura, sino que ya hay una tradición memoria atrás. Miles de cuerpos desaparecidos nunca fueron encontrados, pero el cuerpo de la mujer en tu libro está hablando, ¿qué escuchas en esa oralidad?

Cuando vi esas fotografías lo primero que se despertó fue la fantasía de que podría haber sido alguien conocido. Y cuando ya me enfrento a la escritura pienso que pude haber sido yo, y ¿por qué no asumir esa voz?, la voz de alguien que se está yendo por el río, de ese cuerpo. ¿Qué pasa con ese cuerpo? ¿De quién es ese cuerpo? Si ya no llegué en el archivo a poder encontrar ese cuerpo, habría que encarnarlo desde la ficción. El ejercicio fue ese. Y si tú me preguntas cómo fue la idea de encontrar esa voz, fue muy orgánica, la verdad. Fue intentar ponerse en ese lugar. Y sí, claro, hay algo que tiene que ver con la voz del cuerpo y hay otra voz como más colectiva, que dice algo que empieza a circular. En ese “dice” había más conciencia mía de hacer circular historias que no son parte de la historia oficial, pero que circulan, están ahí. No hay una fuente. De esos tres cuerpos sí había una fuente, yo vi ese archivo, se volvió realidad, hay una prueba. Pero de otras historias que cuento no hay pruebas, son elucubraciones, rumores, cosas que alguna vez escuché, también fantasías mías. Y eso circulaba en la oralidad de ese dicen qué, dicen cuándo, dicen cómo. Pero la voz de la Rucia y del Indio, que son las dos voces que van narrando, son voces que aparecieron, como que las conjuré, sencillamente. 

Redactaste esta historia en Barcelona, a la distancia de Chile. ¿Cuál fue la experiencia de escuchar este río desde lejos? Porque también escribes que no sólo carga agua, sino también la memoria de tu país.

Algo ocurre con la distancia, seguro que sí. Además, se dieron cosas interesantes en esa escritura. Es mi primera novela. Yo siento que es mi primer libro; antes había publicado cuentos, había escrito cosas, pero este era como mi primer libro, mi primera investigación literaria. Tuve la fortuna de irme fuera y que mi único trabajo fuera escribir el libro. Nadie me financió, sencillamente había juntado mucho dinero y me fui a vivir a Barcelona. O sea, también estaba a tiempo completo. Tú sabes, no es que estuviera todo el día en eso, pero en la mañana almorzaba, en la tarde volvía a retomar… algo muy profesional que no he vuelto a experimentar en mi vida. Eso y la distancia fueron para mí cruciales en el momento de poder observar el río y de entender también qué es lo que estaba contando, porque había mucha rabia en ese comienzo, había mucha desilusión con respecto a… algo así hablaba en la charla: llega la democracia y no es lo que esperábamos que fuera. Yo no conocía la democracia, no sabía lo que era, pero sin duda no era lo que estaba viviendo, sobre todo —y lo voy a dejar bien claro— en términos de verdad y justicia, que era uno de los temas más fuertes. Nos sacudían en tiempos de dictadura. Eso no ha pasado hasta el día de hoy. Y todo ese malestar apareció en ese libro, como una erupción. La distancia me dio la oportunidad de poder entender y tomar distancia con la historia de Chile, con la sociedad chilena y con la propia historia que estaba contando, para poder entender qué es lo que estaba haciendo. Tenía un personaje bien enrabiado, era todo lo que tenía.

¿Crees que el Mapocho es una herida en la memoria?

Siempre lo pensé un poco así. Además el río Mapoco es un río feo: es sucio, ahí van a dar las cloacas de la ciudad, hay basura, hubo cuerpos también. De hecho ahora podría llegar a escribir la segunda parte del libro contando la sequía, porque ahora es un hilo de agua. Pero claro, me parece a mí que era una herida, esta herida sucia que está tirando pus; siempre me pareció algo así. Además es algo increíble, porque cruza la ciudad y es muy feo, pero no vemos esa fealdad, sencillamente es el río de la ciudad. Es como cuando tienes una herida tan normalizada que finalmente dejas de observarla.

También eres creadora escénica. ¿Qué catarsis genera observar la historia de Chile desde la literatura? ¿Qué ocurre? ¿Qué catarsis se hace?

A mí me gustaría tener mayor dimensión con respecto a qué catarsis hace la literatura cuando uno trabaja temas así, cuando te haces cargo de archivos, de historia real, por su puesto pasada y metabolizada por uno. Me encantaría pensar que existe una catarsis y que quien lea los libros no va a quedar igual, que habrá algo que va a sacudirle y no podrá vivir la vida de la misma manera porque algo se modificó. A mí me pasa, cuando escribo, que sufro esas transformaciones que son pequeñas y probablemente, de cara al libro, conlleva una nueva mirada, una nueva pregunta. Cada libro se va instalando y, cuando estoy con alguna pregunta, el libro me regala una nueva. Y esas nuevas preguntas que aparecen, normalmente, son procesos de catarsis en cada libro. Pero lo que yo esperaría o que yo quisiera es que quien lee estos materiales, que son materiales literarios anclados a una realidad, tenga una catarsis, que sufra eso que ocurre cuando vamos al teatro, esa anagnórisis.

Imagen: Cortesía

¿Por qué razón la memoria ha sido la principal materia prima de tus narrativas?

Porque ha sido así. Creo que uno no elige los temas, más bien los padece. Como que caen en uno y uno los comienza a trabajar y va siguiendo como la hebra. Escribí esta primera novela que se llama Mapocho, que me dio la hebra de la segunda y la segunda me dio la hebra de la tercera. Fui siguiendo un camino. Probablemente mis libros, si uno hiciera el ejercicio de leerlos en colectivo, son capítulos de una historia, de una historia que está relacionada con la memoria reciente en mi país. El porqué, no es la primera vez que me lo preguntan, creo que tiene que ver mucho con mi propia vivencia, con haber nacido en dictadura, con haber sido una niña meridianamente sensible a lo que pasaba, y con una llegada a la democracia que dejó muchas interrogantes al respecto: lo que decía sobre que de pronto los viejos no contaban, los materiales no existían, con el tiempo todo eso se ha ampliado muchísimo más. Pero ha sido como un camino… siempre pienso que es como cuando le cuentas un cuento a un niño en la noche y lo dejas a la mitad, yo sentí que eso me pasó: llegó el día de lo que supuestamente era la democracia, me faltaba la mitad del cuento ¡y nadie me lo contó! Entonces salí a la cacería de ese cuento y eso ha sido la escritura de mis libros, de intentar buscar esas respuestas que no tuve en algún minuto y que no sé si han llegado, pero me han llevado a escribir lo que escribí.

¿Consideras que la historia oficial es una ficción con muy mala narrativa?

Creo que siempre la historia oficial es la ficción de los vencedores. Puede ser la mitad o más de la mitad, lo desconozco, pero creo que la historia oficial siempre es contada por los vencedores, por quienes han podido tomar el relato y me parece que por eso siempre hay que sospechar de los relatos oficiales. Y hoy en la mañana lo hablábamos un poco también, que finalmente la historia —personal, social— se construye intentando escribir la memoria, y la memoria en sí es muy poco confiable, porque las memorias son muy disímiles, muy caprichosas. Pensemos en nuestra memoria individual y ella es completamente loca, caprichosa, mentirosa. Podemos vivir este mismo hecho, salimos de aquí, yo voy a contar una versión y tú vas a contar otra y se van a topar en algunos puntos, pero en muchos no se van a topar y te voy a decir: “Pero, Saúl, ¡eso yo no lo dije!”. “Nona, ¡sí lo dijiste!”. Y vamos a estar en eso. La historia se construye así también. Entonces creo que para construir una historia colectiva o una memoria colectiva, tiene que pasar primero por la afirmación de que es imposible. La memoria colectiva es imposible y una vez que lo asumimos podemos armarla a retazos, con versiones que a veces se van a contraponer, que de pronto no van a tener coherencia unas con otras y que no es lógica tampoco. Es un poco como la fractalidad. La memoria no es lógica, es loca y ataca. De pronto uno no quiere acordarse de algo y te llega un recuerdo que te hace bolsa (que te hace mal). A veces quieres recordar algo… ¿cómo quieres recordar algo que no recuerdas? ¿Cómo quieres recordar la voz de alguien que ya no está? No hay registro de eso. No tenemos control y hay que asumirlo. La historia se escribe desde ese caos, desde ese descontrol y, por lo tanto, siempre intentando controlar algo que es incontrolable, y se forma una versión que es siempre cuestionable e incompleta.

Dentro de tu observancia, ¿qué características tiene el relieve social de Chile?

Creo que en este momento el relieve colectivo está muy replegado. Yo te hablaba de mi propio reflejo, de lo que yo veía en el agua y tengo la impresión que hay mucho de eso. Vivimos tiempos tremendamente colectivos en los últimos años. Sentimos una especie de fracaso de esas lecciones que emprendimos. Por lo tanto las colectividades ahora están en una especie de repliegue, de observancia. Me siento parte de esas colectividades que no están en una acción muy protagónica en este momento, viendo lo que está ocurriendo. Hay un nuevo proyecto constituyente que tiene mucho de cuestionable: muy cercado, muy protegido, donde no existe participación de la ciudadanía. Estamos observando y creo que la textura social del movimiento colectivo también está muy en eso. Tenemos elecciones muy pronto, donde se tiene que elegir a los constituyentes en este nuevo proceso. No sé qué va a pasar, no sé qué sectores van a salir favorecidos, no sé cuánta gente va a ir a votar. Yo creo que nadie sabe nada. Estamos muy, muy perdidos. Lo conversábamos acá: no sabemos, en verdad no sabemos, es como si Chile fuera un enigma en este momento. Es muy difícil de prever. Por mucho tiempo tuvimos una realidad muy monótona relacionado a la llegada de la democracia, la concentración. Y de pronto teníamos un gobierno Michelle Bachelet, luego un gobierno (Sebastián) Piñera, luego un gobierno Bachelet y otra vez un gobierno Piñera. Fueron como dos décadas donde nada se movilizó mucho y estábamos acostumbrados a eso. Y de pronto, claro, todo se volvió un caos. Yo no entiendo mucho la realidad, me cuesta entenderla.

Imagen: Cortesía

Cuando uno recuerda, la memoria está hecha de retazos. Hay fragmentos de tiempo que se nos escapan. Al sumarse las memorias individuales, ¿podría existir una imposibilidad de recordar colectivamente?

Es tramposo lo que digo, porque debería dar pie para eso. Si hay una imposibilidad de recordar colectivamente, la gran memoria de una sociedad debería recoger toda la memoria. Y esas memorias van a ser de distintos sectores, sin duda. El tema es cómo queremos construir esa memoria y si estamos dispuestos a sentarnos todos en la misma mesa, para recordar también. Y personalmente debo tener mis peros, porque creo que hay sectores con quienes no te debes sentar en la mesa para hablar ni para recordar, así de claro. Hay sectores que no merecen tener espacio ni en la historia ni en el recuerdo ni en la mesa de conversación, en nada. Son los sectores responsables de las pérdidas, de las violaciones a los derechos humanos, de los grandes dolores que una sociedad puede llegar a tener. En ese sentido, esa memoria a mí no me interesa, esa memoria tiene que ser clausurada. No tengo ningún problema en decirlo. Esa memoria no sirve. No podemos tolerar a los intolerantes, no podemos entrar en diálogo con aquellos que no dialogan con nosotros. Ese juego no se puede jugar, por lo tanto es un no rotundo. Pero eso pienso yo, no las dirigencias políticas ni los gobiernos ni nadie.

Los niños en Space Invaders intentan construir sus sueños a partir de voces y palabras. En la actualidad, ¿de qué crees que está hecho el sueño de Chile?

¡Guau! ¿De qué está hecho? ¡Me haces puras preguntas difíciles! No entiendo el inconsciente de mi país en este minuto. Entendía mejor el sueño que no ocurrió. A ver, creo que el sueño de Chile… me cuesta también traducir Chile en este minuto. Pienso que, si hay algo que nos regaló el último referendum, el del rechazo, es entender que Chile no es lo que uno cree. Uno entiende que hay una cantidad de chilenas y chilenos que circulan en un lugar extremadamente distinto al que pensábamos, que era más generalizado y tenía que ver con la posibilidad de un sueño, de un sueño de igualdad, de mayor democracia, paridad. Entonces, yo estoy perdida. No sé con qué hilo se tejen los sueños de Chile en este momento, no lo sé. Por eso la incertidumbre, la observancia y el repliegue, porque probablemente cualquier cosa que te diga va a ser una brutalidad y mañana vamos a tener la prueba de eso… ¡o no! Pero estoy perdida, no lo sé. No sé qué se está tejiendo en el sueño del país

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