Muchos ciudadanos nos sentimos alejados de los partidos y la política. Percibimos la hipocresía de quienes se dedican a esta actividad. Nos damos cuenta de que sus promesas están hechas para obtener votos, y que los votos otorgan cargos públicos que no son más que pretextos para beneficiarse. Sin embargo, la peor reacción que podemos tener es mantenernos alejados de las urnas y de la participación.
La política es, en principio, un arte noble. Los ciudadanos de la antigua Atenas o de la Roma republicana que asumían cargos públicos lo hacían como un servicio a la comunidad. Los pocos regímenes democráticos de la antigüedad, sin embargo, pronto se convirtieron en dictaduras, monarquías o imperios. La tentación de aprovechar el poder, y de retenerlo de manera indefinida, ha sido siempre demasiado grande.
El mundo dejó de tener regímenes democráticos durante milenios hasta el surgimiento de los Estados Unidos de América en 1776. Francia también recurrió a la democracia después de la revolución de 1789, pero no tardó en caer en la dictadura. Robespierre encabezó un régimen de terror y ejecuciones sumarias en 1793 y 1794; Napoleón, el héroe militar de la revolución, se convirtió en emperador. El Reino Unido empezó un proceso de democratización en el siglo XIX, conforme el Parlamento fue adquiriendo fuerza, pero nunca abrogó su monarquía.
El siglo XX fue un tiempo de fortalecimiento de la democracia. Está se fue expandiendo por el mundo, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, con la derrota del nazismo y el fascismo. El derrumbe a partir de 1989 de la Unión Soviética y de los países sometidos a su régimen fue otro impulso para la democracia. En el siglo XXI, sin embargo, ha habido retrocesos. La India y China, los dos países con mayor población, han tenido gobiernos cada vez más autoritarios. Lo mismo ha ocurrido con Venezuela y otros países de Iberoamérica.
Mucha gente expresa insatisfacción con la democracia. Las encuestas lo han mostrado en México y otros países latinoamericanos, donde importantes porcentajes de la población pensaban que la democracia traería consigo una mejoría significativa en el nivel de vida, cosa que no ha ocurrido. Ni en Brasil, ni en Argentina, ni en México el advenimiento de la democracia coincidió con un alza en el poder adquisitivo. El resultado ha sido un desencanto generalizado que ha hecho que los ciudadanos se desentiendan de la política o estén dispuestos a aceptar gobiernos más autoritarios. Una de las reacciones más comunes ha sido, simplemente, dejar de votar.
Esto, sin embargo, puede provocar daños importantes a la sociedad. Es verdad que la democracia no va a producir por sí sola un milagro económico, aun cuando las sociedades democráticas suelen tener un nivel de vida más alto que las autoritarias, pero la posibilidad de que los ciudadanos puedan elegir a sus propios gobernantes debe entenderse como un valor en sí mismo.
Uno quisiera votar por los mejores candidatos, pero es muy raro que los partidos los postulen. Una de las razones es que quienes deciden hacer política buscan ventajas para ellos. Los políticos más populares son quienes mienten mejor en campaña, quienes prometen más, aunque sepan que no pueden cumplir.
Aun así, es importante salir a votar. Quizá los candidatos no sean los mejores, pero siempre pude uno sufragar por el menos malo. Un voto inteligente puede reducir el daño que los políticos le hacen a la sociedad. No es poca cosa.
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