Guerra cultural
Reportaje

Guerra cultural

La lucha desde el pensamiento y las ideas

«Unidos permanecemos, divididos caemos».

Frase comúnmente atribuida a Esopo

La guerra fría definió incontables aspectos y dinámicas del mundo actual. Durante esta larga confrontación hubo una lucha entre dos visiones radicalmente diferentes del mundo. Para intentar ganar, ambos bandos utilizaron toda clase de estrategias. Una de ellas, planeada por Estados Unidos, específicamente por la CIA, consistió en intentar transformar la opinión de la población que integraba la Unión Soviética. La idea: distribuir de contrabando copias de la novela Doctor Zhivago, de Borís Leonídovich Pasternak. Así es, una de las agencias de inteligencia más poderosas del plantea (o tal vez la más poderosa) llegó a la conclusión de que esparcir ideas a través de una obra literaria tenía el potencial de contribuir a un cambio cultural que fuera capaz de socavar el poder soviético.

No todos los conflictos ocurren en un campo de batalla. Algunos suceden en el terreno de la cultura. Minar o transformar la manera de pensar del contrincante es fundamental si se desea impulsar cambios sociales drásticos y perdurables. A esto se debe que haya tantas personas dispuestas a invertir tanto tiempo, dinero y esfuerzo en eso que se denomina guerra cultural. Un fenómeno que se presenta de diversas maneras. No sólo se trata de gobiernos que luchan entre sí. Toda clase de grupos sociales presentan batallas por imponer su visión del mundo. Pero antes de expandir el panorama de lo que representa la guerra cultural, regresemos al ejemplo del Doctor Zhivago para comprender qué tan importante es este tipo de confrontación para algunos grupos de poder. Y es que, ¿cuál fue la escala del esfuerzo de la CIA para repartir una novela en territorio enemigo?

Primero que nada, hay que tomar en cuenta que Doctor Zhivago fue una novela prohibida en la Unión Soviética. Era un libro que no se apegaba al realismo social y que no reflexionaba sobre la revolución de octubre. En cambio, era una obra que más bien exaltaba el individualismo. De acuerdo con The Washington Post, estas características hicieron que la CIA se fijara en esta obra literaria en 1958.

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Era perfecto. Se trataba de un libro que surgió en la mismísima Rusia, pero que no se plegaba a la visión soviética. Esto, concluyó la agencia estadounidense, era ideal para hacer que los ciudadanos soviéticos dudaran del régimen bajo el que se encontraban. Así comenzó la tarea de imprimir miles de copias del libro. Algunas de ellas eran de tamaño miniatura para que pudieran ser escondidas con más facilidad. Luego fueron filtradas y distribuidas en el Bloque del Este. Numerosos colaboradores, espías y turistas fueron los encargados de repartir los ejemplares. Posteriormente, para echarle más leña al fuego, Pasternak fue declarado ganador del Premio Nobel de Literatura. Hasta el día de hoy se especula que la CIA influyó a la academia sueca para que le otorgara el premio al moscovita.

Los libros pueden cambiar la manera de pensar de las personas. Y esto se hace extensivo para todo tipo de medios y productos culturales: música, cine, noticieros, tuits, tiktoks, revistas, cadenas de Whatsapp, moda, videos de YouTube, etcétera. A donde quiera que se voltee, hay alguien tratando de convencer a alguien más sobre algo dentro del ecosistema de comunicación. Ningún mensaje es inocente. Todo medio es una herramienta de persuasión. Y la guerra cultural continúa hasta nuestros días. Mutada de incontables formas, pero más vigente que nunca. En la guerra cultural converge de todo: la derecha, la izquierda, la ultraderecha, feministas, la comunidad LGBT+, conspiranoicos, gobiernos, religiones, celebridades y un larguísimo etcétera. Todos tiene algo que decir y todos quieren hacerte cambiar de opinión.

Kulturkampf

Una definición sucinta y útil de guerra cultural la encontramos en el diccionario de Cambridge: “Consiste en desacuerdos sobre creencias culturales y sociales entre grupos. En especial entre personas con opiniones más conservadoras (quienes en general están en contra de cambios sociales) y personas con opiniones más progresivas (quienes en general apoyan los cambios sociales)”.

Si indagamos un poco más, nos topamos con un antecedente más concreto del término actual para describir este fenómeno (que probablemente ha acompañado a la humanidad desde que es capaz de manifestarse culturalmente). Así entra en escena el término Kulturkampf (lucha cultural), el cual, según un artículo de National Geographic, fue acuñado por el científico y político Rudolf Virchow. Esa palabra fue creada por Virchow con el propósito de designar un conflicto entre el canciller del Imperio alemán, Otto von Bismarck (quien era protestante) y la iglesia católica. La confrontación fue, por supuesto, principalmente política, pero tenía, también, fuertes componentes culturales. Se trataba de dos visiones diferentes de cómo debían de ser las cosas.

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Al encontrarnos en Alemania, es pertinente abordar otro ejemplo que servirá para ilustrar mejor qué es la guerra cultural. Y, de paso, servirá para establecer un punto crucial: hay batallas de la guerra cultural que son muy añejas y cuyo fin todavía se ve muy distante. Eso también es cierto para el ejemplo del Doctor Zhivago que abre este texto. La guerra cultural entre occidente y la Unión Soviética todavía tiene consecuencias en nuestros días, y es posible verlo en la guerra entre Rusia y Ucrania. En lo que a Alemania se refiere, el otro caso por mencionar es el conflicto bélico que marcó al siglo XX: la Segunda Guerra Mundial.

Antes de que arrancaran las batallas entre milicias, los nazis desplegaron una campaña de desprestigio en contra de la comunidad judía. De este modo lograron granjearse el apoyo del pueblo alemán. De acuerdo con el sitio Holocaust Encylopedia: Después de la toma de poder de los nazis en 1933, Hitler estableció el Ministerio del Reich de Ilustración Pública y Propaganda y fue encabezado por Joseph Goebbels. El objetivo del ministerio era asegurar que el mensaje nazi fuera comunicado con éxito a través del arte, la música, el teatro, el cine, los libros, la radio, los materiales educativos y la prensa”.

Los nazis utilizaron estos instrumentos para advertirle a los alemanes de los peligros externos y de la supuesta sublevación de los judíos. El antisemitismo era abierto y fue escalando. Se llegó a un punto en que los judíos eran, por ejemplo, caricaturizados en carteles de las maneras más burdas. Lo mismo ocurrió en los demás frentes de la maquinaria de comunicación nazi. En el caso del cine tenemos, por ejemplo, la cinta Der Ewige Jude o El judío eterno cuyo único objetivo era esparcir el odio en contra del pueblo judío. Fue una táctica tan obvia que hasta podría creerse que eso ya no ocurre, que ya no se realiza algo con semejante descaro. Esto es totalmente erróneo como según veremos más adelante.

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Hasta ahora hemos abordado enconos de la guerra cultural en su forma internacional, pero, por supuesto, hay batallas muy diferentes. Algunas ocurren dentro de un mismo país y son llevadas a cabo entre sus propios ciudadanos. En cierta medida esto es algo sano. Sin embargo, también pueden llegarse a extremos en los que hay personas que en verdad se ven afectadas. De hecho, algunos grupos pueden quedar en medio de una confrontación bastante severa. Y, por supuesto, las minorías siempre son el blanco perfecto.

¿Qué es una mujer?

Sin duda, la comunidad LGBT+ es uno de los principales focos de la guerra cultural y probablemente lo siga siendo durante mucho tiempo. Algunos grupos dentro de esta comunidad son más vulnerables que otros. Gays y lesbianas han ganado mucho terreno en los últimos tiempos en cuanto a reconocimiento de sus derechos. No ha ocurrido lo mismo para las personas transgénero. Ellas, de hecho, se han convertido en objeto de una acalorada polémica en la actualidad.

El rechazo a las personas trans hace mucho que dejó de estar impulsado por dudas y criticas razonables, y ahora más bien se encuentra en el terreno del pánico moral. Resulta valioso detenerse un momento en el término pánico moral siendo que es muy útil para entender varios mecanismos de la guerra cultural. De acuerdo con la periodista Ashley Crossman, el pánico moral es “un miedo esparcido ampliamente y casi siempre irracional. Consiste en que algo o alguien es una amenaza para los valores, la seguridad y los intereses de una comunidad o toda una sociedad”. Este término fue desarrollado y estudiado primero por el sociólogo sudafricano Stanley Cohen, quien analizó la reacción de la sociedad británica ante la rivalidad de las subculturas de los mods y los rockers.

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Por su parte, el sociólogo británico Kenneth Thompson ya advertía desde 1998 en su libro Pánicos morales: “Se sabe que este es el tiempo del pánico moral. Los titulares de los periódicos nos alertan continuamente acerca de nuevos peligros, producto de la laxitud moral, y en general, los programas de televisión amplifican el asunto con documentales sensacionalistas”. Esta declaración se mantiene incólume hasta nuestros días.

Tomando en cuenta lo que sabemos ahora sobre el pánico moral, consideremos que Estados Unidos, verbigracia, ha tenido incontables amenazas irreales o verdaderas, pero sacadas de toda proporción. En su momento fue el comunismo, en los sesentas los hippies, en los noventas el satanismo. Hoy día siguen existiendo las supuestas amenazas. Una de ellas es la comunidad transgénero.

Matt Walsh es un comentador político de derecha que ha prosperado gracias al Internet. Escribe para el sitio The Daily Wire. Tiene un canal de YouTube y un podcast. Además, por supuesto, es un usuario muy activo de las redes sociales. Su notoriedad le ha permitido ser un detractor prominente de la comunidad LGBT+, pero sobretodo de las personas trans, al punto de hablar en favor de leyes que afectan sus derechos. Gracias a todo esto, Walsh logró dirigir y estrenar en 2022 el documental What is a Woman? (¿Qué es una mujer?). La cinta, descrita por algunos como pura propaganda del conservadurismo, arrojó más gasolina a una batalla de la guerra cultural que ya de por sí estaba en su apogeo. En el documental, Walsh realiza entrevistas más bien agresivas en las que no parece encontrarse en una búsqueda honesta de la verdad, sino más bien lograr que su interlocutor en turno se rinda ante sus preguntas que rozan el acoso.

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La recepción de la película ha sido muy dividida entre la crítica especializada. Los medios en la derecha la han alabado, Los medios en la izquierda y del centro (lo que sea que esto último signifique) la han condenado. Una típica confrontación cultural y un caso de pánico moral. Las personas trans han pasado a ser la amenaza en turno. Abundan, por ejemplo, las acusaciones de que las personas que transicionan de hombres a mujeres lo hacen con motivos exclusivamente aviesos. Es popular el argumento de que aprovecharían la oportunidad de atacar a mujeres en los baños públicos. Dejando de lado que se trataría de un plan absurdamente rebuscado, existen estudios serios y rigurosos que desmienten el supuesto vínculo entre la inclusión de las personas trans en los sanitarios públicos y el incremento en la incidencia delictiva. Un ejemplo es el estudio realizado por el Instituto Williams de la Escuela de Leyes de la UCLA.

Los investigadores hicieron su trabajo en Massachusetts en un momento en que las ciudades del estado estaban divididas en aquellas que permitían el acceso a personas trans en los baños públicos y las que no. La compilación y análisis de la información arrojó que no había diferencias sustanciales. En términos llanos, las ciudades que permitían el uso de los baños públicos a las personas trans no representaron ninguna amenaza.

En una guerra cultural, y sobre todo en la era de la posverdad, los hechos carecen de importancia. El pánico moral toma relevancia. Los individuos transgénero han sido convertidos en los villanos por los medios de derecha. Y una característica inherente del pánico es, por supuesto, la irracionalidad. De esta manera, el tema de la disforia sexual se imbrica con acusaciones descabelladas a todas luces. Según NBC News, al menos veinte políticos republicanos llegaron a asegurar que había escuelas en Estados Unidos que tenían cajas con arena para gato para niños que se identificaban con este animal o que pertenecían a la subcultura de los furries. Es decir, una comparación equivoca con las personas trans.

La noticia, claro, fue desechada como una mentira. Sin embargo, la falsa información fue transmitida a un público amplísimo a través del podcast The Joe Rogan Experience. Hay que añadir algo más: el núcleo de la historia fue desmentido, pero algo terminó por ser cierto. Resulta que sí hay escuelas en Estados Unidos que tienen arena para gatos. Pero la tienen en caso de que haya un tiroteo. En ese escenario, si se requiere cerrar la escuela durante horas, y un niño necesita defecar, podría hacerlo en la arena pata gatos.

Desde hace tiempo, el mismo Stanley Cohen ya había identificado una característica crucial de los pánicos morales: tienden a distraer, intencionalmente o no, de problemas sociales reales. Mejor distraerse con un debate llevado al límite de lo absurdo sobre personas que no representan un peligro para la sociedad, que abordar el escabroso tema del acceso a las armas.

Otro punto distintivo del pánico moral es que busca proteger de algo, pero en el proceso termina por causar más daño. Recientemente, en Estados Unidos, la comunidad trans ha visto cómo sus derechos se han visto afectados. El año pasado, el país acumuló un récord de legislaciones antitrans. Y la situación se encamina a empeorar. Se prevé que estados republicanos busquen restringir el acceso a la salud para este sector poblacional.

La guerra cultural se alimenta de las emociones desbordadas que ocasionan los pánicos morales. Y, también, tiene a la propaganda como una de sus mejores herramientas. Como ya se vio con anterioridad, los nazis ya habían usado el cine para difamar a los judíos. Ahora lo mismo ha ocurrido con las personas trangénero. Es conveniente recordar las palabras del escritor Robert A. Heinlein: “Puedes influir a mil hombres apelando a sus prejuicios que convencer a uno solo usando la lógica”.

La calma antes de la tormenta

La guerra cultural, el pánico moral, la propaganda y las conspiraciones han existido desde hace mucho tiempo, por supuesto. Sin embargo, algo vino a sacudir todavía más el panorama: Internet. Ahora, a pesar de innumerables restricciones que han ido surgiendo con el tiempo, la gente cuenta con la posibilidad de expresarse de forma instantánea e intercambiar toda clase de ideas con una rapidez pasmosa.

Esta nueva forma de comunicarse, a través de sus numerosas herramientas, ha ayudado a que prosperen con más facilidad toda clase de creencias. Algunas de ellas han resultado ser muy peligrosas con el tiempo. Para retomar brevemente lo mencionado en el segmento anterior, la cuenta Libs of Tik Tok ha esparcido contenido descontextualizado para afectar no sólo a personas trans, sino a toda la comunidad LGBT+.

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Hay otros ejemplos prominentes en la actualidad. El movimiento antivacunas creció gracias a las conspiraciones difundidas en YouTube y otras plataformas. Y algo similar ocurrió con las creencias del movimiento QAnon, el cual, en un comienzo, solo era un grupo marginal y risible, y terminó por tener un gran protagonismo el seis de enero de 2021 en Washington cuando una turba de manifestantes irrumpió en el capitolio. Determinar el origen de QAnon ha resultado más difícil de lo esperado. Se han encontrado posts que pueden considerarse antecedentes que no prosperaron del todo en su momento. Sin embargo, se suele tomar el 28 de octubre de 2017 como la fecha “oficial” del inicio de este movimiento.

En aquel entonces, en el sitio de 4chan, apareció la primera publicación de “Q Clearance Patriot”. Posteriormente, esta persona (o personas) pasaría a llamarse solo Q. El primer post de Q se tituló The Calm Before the Storm (La calma antes de la tormenta). La frase fue usada por Donald Trump con anterioridad. Este fue el primer indicio de que esta situación tomaría un camino por la extrema derecha. Q clama (sin pruebas) ser una persona que trabaja en el gobierno, y por ello tiene acceso a información clasificada. Pero esta es la declaración menos descabellada que ha hecho.

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El núcleo de la desinformación esparcida por Q es que existe un grupo de satanistas, pertenecientes al partido Demócrata, dentro del gobierno de Estados Unidos. Estos satanistas, además, según Q, son caníbales, pederastas y traficantes de menores. Durante el gobierno de Trump, estos satanistas habrían conspirado en contra del mandatario. Se supone que Trump estaba informado de esto y planeó arrestos de políticos prominentes. Lo anterior, por supuesto, nunca ocurrió. Toda esta narrativa fue expuesta en el documental Q: Into the Storm.

A pesar de las pifias, como recapitula The Washington Post, los creyentes en QAnon ya estaban tan radicalizados que no les importó que la realidad les demostrara una y otra vez la falsedad de sus creencias. Así que no dudaron en acudir al llamado de Trump y presentarse en el capitolio de Washington el seis de enero de 2021. Lo que era una protesta caldeada no terminó en convertirse en un ataque. Uno de los invasores del recinto se llegó a ser un icono. Incluso si desconoces su nombre, lo más probable es que lo puedas reconocer solo por la descripción.

Jacob Chansley acudió al evento sin camiseta (dejando ver su torso tatuado), con el rostro pintado de la bandera estadounidense, y usando un gorro de pelaje y con cuernos. Como un vikingo. En una de las muchas fotos que se le tomaron aparece con una lanza y con un cartel que dice «Q me trajo aquí». La vestimenta de Chansley, también apodado el chamán de QAnon, estaba cargada de símbolos, y han sido analizados desde entonces. (Ejemplo: el artículo de The Atlantic “Qué nos dicen las pieles de animales del futuro de la extrema derecha”.) Todos los demás participantes llevaban consigo toda clase de símbolos. Algunos eran fáciles de identificar por ser obvias referencias a la supremacía blanca. Otros han sido un poco más complicados de descifrar. El punto es que los atacantes llevaban consigo representaciones visuales de su cultura. Nacionalismo, supremacía blanca, teorías de conspiración.

Gracias al Internet y las teorías de conspiración, la guerra cultural entre la derecha extrema y la izquierda de Estados Unidos ha influido en otros países casi hasta el punto de la aculturación. Al menos en los sectores más radicales. El Centro Virtual Cervantes define la aculturación de la siguiente manera: “La aculturación es un proceso de adaptación gradual de un individuo (o de un grupo de individuos) de una cultura a otra con la cual está en contacto continuo y directo, sin que ello implique, necesariamente, el abandono de los patrones de su cultura de origen”.

En Brasil, Jair Bolsonaro adoptó el estilo político de Donald Trump, lo cual, sin duda le ayudó a tener éxito. Es decir, su mensaje resonó entre los ciudadanos. Por otro lado, las teorías de conspiración también empezaron a proliferar. No solo eso, sino que hizo su aparición una letra ya bien conocida en el norte: Q. Así es, el movimiento QAnon empezó a obtener adeptos y a guiar el pensamiento político de un considerable número de personas a favor de Bolsonaro. Por supuesto que QAnon se ajustó a la política brasileña, pero aun así mantiene similitudes pasmosas. También hay quienes creen en la existencia de un “estado profundo” en el país sudamericano, y que éste está encabezado por una seca de pederastas.

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Los paralelismos entre un país y otro alcanzaron su máxima expresión el ocho de enero de 2023 cuando un grupo de simpatizantes de Bolsonaro invadieron el palacio presidencial, el congreso y la suprema corte. Los invasores no estaban de acuerdo con el ascenso al poder de Luiz Inácio Lula da Silva tras ganar las elecciones. En esencia, lo mismo que aconteció en Estados Unidos entre Trump, Biden y los manifestantes de ultraderecha. Cuando estos hechos ocurrieron se hizo viral la foto de un sujeto brasileño que usaba una indumentaria muy parecida a la del chamán de QAnon.

Muchos creyeron que el individuo estaba en las manifestaciones de Brasil de ese día. Sin embargo, esto no fue cierto, la foto del chamán brasileño apareció en Internet en septiembre de 2021. Así lo constató el sitio Politifact. Sin embargo, aunque los hechos están desfasados, podemos decir que el chamán brasileño bien puede ser considerado la proverbial cereza sobre el pastel en la guerra cultural de Brasil que absorbió elementos de Estados Unidos.

Ave Satani

Dado que las culturas se influencian unas a otras de manera irremediable, sobre todo en tiempos del Internet, también ha ocurrido que ciertos fenómenos han nacido en Sudamérica (para luego regresar hasta los países del sur). Y aquí hace su aparición el engañoso concepto de ideología de género. La falsedad de este término es tal que sólo hace falta reflexionar unos minutos al respecto para detectar que su vaguedad no nos permite sacar casi nada en concreto. El feminismo es una verdadera ideología, pero algunas personas la colocan bajo el concepto de ideología de género junto a cuestiones que consideran adyacentes. Al emplear esta táctica se le despoja de especificidad y, de paso, se le menosprecia. Como si todo lo que se considera ideología de género fuera un amasijo informe de ideas vanas.

La ideología de género ni siquiera cuenta con una página de Wikipedia en inglés. Sin embargo, sí es mencionada en la entrada titulada Anti-gender movement (Movimiento antigénero). La ideología de género es traída a colación y desestimada desde las primeras contundentes líneas: “El movimiento antigénero es un movimiento internacional que se opone a lo que se refiere como “ideología de género”, “teoría de género” o “generismo”. Los conceptos cubren una amplia variedad de temas y no tienen una definición coherente”.

Al menos en el continente americano, se sabe que la ideología de género surgió de naciones sudamericanas. Es utilizada por políticos y grupos religiosos de derecha para ayudar con el avance de sus agendas. Como menciona Animal Político “Atribuyen erróneamente el concepto a feministas y a la misma comunidad LGBTI+ cuando, en realidad, este surge desde el ala religiosa para impulsar su oposición al derecho al matrimonio igualitario o la interrupción legal del embarazo”.

El concepto de ideología de género apareció en 2016 a raíz de una declaración del papa Francisco, quien lo relacionó con “procesos de enseñanza para que los niños puedan elegir su género”. A partir de ahí, el Internet hizo lo suyo esparciendo y deformando todavía más esta idea. Hoy en día ya es usada por todo tipo de opinadores y comunicadores de derecha en Estados Unidos: el ya mencionado Matt Walsh, Ben Shapiro o Tucker Carlson son unos ejemplos prominentes. Estas figuras impulsaron el término ideología de género y luego pasaron a alimentar el pánico moral entorno a las personas trans. Ahora, este último movimiento ha empezado a permear en otras sociedades, incluida la mexicana.

En Twitter, Reddit y muchas otras partes es fácil encontrar cuentas originadas en nuestro país que han tomado como suya la batalla contra las personas trans, y para ello usan los mismos talking points (puntos de conversación) que los comentaristas estadounidenses. Además de poseer la propiedad de extenderse más allá de las fronteras, una guerra cultural también se caracteriza por perdurar en el tiempo y renovar sus ideas fundamentales.

Al hablar de QAnon, se mencionó que los creyentes de esta conspiración afirman que hay políticos poderosos que integran una secta satánica. Y al hablar de la ideología de género nos encontramos con personas religiosas que luchan contra aquello que consideran malvado. Prevalecen los conceptos del bien y del mal entendidos desde un punto de vista hasta místico, sobrenatural. Esto tiene sentido si consideramos que hablamos de aspectos culturales y lo cultural posee raíces muy profundas. También es así si tomamos en cuenta cómo funciona el pensamiento conspiratorio.

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La psicóloga británica Hannah Darwin asegura que la investigación muestra que la creencia en las conspiraciones está asociada con sentimientos de falta de poder en ciertos grupos sociales. Y ayudan a esos grupos a obtener explicaciones coherentes sobre eventos mundiales complejos. Es decir, en lugar de buscar de manera ardua soluciones a un problema o incluso aceptar que un problema nos rebasa, se recurre a explicaciones más fáciles y satisfactorias. Y, por supuesto, vejas creencias en lo sobrenatural proveen enemigos ya bien conocidos, ya bien identificados.

Darwin también señala que hay un vínculo entre las conspiraciones y lo paranormal debido a la forma de pensar. Si alguien está dispuesto a creer en cosas sobrenaturales que burlan la razón, entonces es consistente que esa persona también se incline por explicaciones poco ortodoxas en otras áreas de la vida, como la política, por ejemplo.

Podría parecer que en el tema de la ideología de género no hay conspiraciones involucradas. Lamentablemente esto es erróneo. Las cosas se han salido tanto de control que por Internet circulan aseveraciones acerca de que las personas LGBT+ forman cultos que buscan, por ejemplo,homosexualizar” a los niños. Sin, por supuesto, dar una sola prueba al respecto. Según The New York Times, la llamada teoría de conspiración del grooming de niños, consiste en atacar a las personas que proporcionen información educativa y útil sobre temas LGBT+ a menores de edad.

El grooming de niños consiste en ganarse la confianza de un menor (y a veces también de la familia) para hacer que se desinhiba y poder cometer abuso sexual de manera más fácil. Entonces, tenemos que, según los conspiracionistas, cualquier persona que proporcione información valiosa de tipo LGBT+ en realidad tiene intenciones siniestras relacionadas con el grooming.

En la mayoría de los ejemplos mencionadas, se ha hablado de la derecha. Claro que la izquierda también tiene cosas criticables, pero en tiempos recientes la derecha se ha alzado como una amenaza real. Además, para cerrar el círculo iniciado con el libro del Doctor Zhivago, en Estados Unidos, en 2021, un tercio de los libros que se prohibieron contienen personajes o temas LGBT+. Y, sí, esto ha sido obra de la derecha.

Emos vs punks

En México, un 16 de marzo de 2008, ocurrió un enfrentamiento muy peculiar entre dos tribus urbanas. El diario El Financiero menciona algo muy ilustrativo sobre lo que se ha abordado a lo largo de este texto. Según el diario, el hecho tuvo lugar “por las diferencias en sus formas de pensar”.

Todo ocurrió en la Glorieta de los Insurgentes de la ahora llamada CDMX. Los emos eran un grupo de adolescentes que escuchaban a My Chemical Romance, Good Charlotte, Fall Out Boy y Pxndx. Su vestimenta era oscura y con tendencias a lo andrógino. En su indumentaria se destacaban algunos colores como el rosa fucsia o el morado. Algo que los distinguía era el flequillo que les tapaba un ojo. Los punks, por su parte, tenían algunas similitudes estéticas con los emos, pero también algunas diferencias clave. Ellos, por ejemplo, usaban botas negras y cadenas que les colgaban de los pantalones. En lo musical se inclinaban más por los Ramones, Sex Pistols, The Clash y Dead Boys.

Los emos llamaron a una protesta pacífica en la ya mencionada glorieta. Su objetivo era pronunciarse en contra del maltrato por parte de la otra tribu urbana. Los punketos, por su parte, llegaron al lugar y empezaron a agredir a los emos. Las cosas escalaron a tal punto que también hubo darketos y metaleros que se unieron al enfrentamiento en contra de los emos. De hecho, hasta los granaderos llegaron al lugar. Sin embargo, fue un grupo de krishnas quienes, abogando por la paz, lograron detener el conflicto.

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Esta pelea tan peculiar, y en apariencia surgida de la nada, se ha convertido en una anécdota divertida que ha servido más que nada para entretener. Sin embargo, hay otras cosas que considerar. Este incidente no es el único que ha tenido como eje, al menos en apariencia, a la música.

Durante los años setenta en Estados Unidos, la música disco gozó de un gran éxito. Sobre todo entre los gays afroamericanos y latinos. Sin embargo, también se granjeó el desprecio de un sector importante de la población estadounidense. Roqueros (en su mayoría hombres blancos) empezaron a manifestar cada vez con más vehemencia su desagrado por la música disco. Todo esto concluyó con la llamada “Noche de demolición disco”.

De acuerdo con NPR esto tuvo lugar el 12 de julio de 1979. El locutor de radio Steve Dahl organizó el ya mencionado evento. Éste consistió en que la gente llevara discos de música disco a un estadio de béisbol en el cual fueron destruidos con una explosión. El espectáculo se salió de control y muchos de los espectadores invadieron el campo de juego. Hubo vandalismo y muchas personas destruyeron discos por su cuenta. Con el tiempo se ha llegado a la conclusión de que la motivación detrás de esta destrucción no sólo fue el gusto musical. Para nada. También hubo fuertes elementos de homofobia y racismo. De hecho, se sabe que muchos de los discos que fueron destruidos ese día ni siquiera eran de música disco. Pertenecían a otros géneros, pero fueron destruidos sólo por tener en la portada a una persona de color.

De regreso a los emos y punks mexicanos, tenemos que también se han encontrado motivos subyacentes para su encontronazo. Hay quienes afirman que este suceso tuvo tintes homofóbicos debido a que las tribus urbanas que se percibían como “más roqueras” en ese momento tenían incorporado en su discurso la exaltación a la masculinidad. Los emos, por otro lado, poseían una estética que en ciertos sentidos era más afín a lo femenino. El podcast Radio Ambulante recuperó una declaración del presentador de Telehit Kristoff que en su momento dijo: “El emo es una mamada. ¿Qué es el emo? Es una cosa para niñas de quince años”. Imposible no ver cierto paralelismo entre lo sucedido en México y lo acaecido en Estados Unidos en la década de los setenta. La guerra cultural, como hemos visto, parece ser también un juego de espejos.

Un brote de violencia entre adolescentes puede ser desestimado por algunos como algo sin verdadera gravedad. Sin embargo, el hecho sí que sirve para presentar reflexiones sobre las condiciones actuales de México. La polarización se encuentra en uno de sus puntos más altos. En nada ayuda el discurso del presidente sobre una división entre liberales y conservadores, el cual se encarga de alimentar todas las mañanas en sus conferencias. Eventos que tienen más que ver con la propaganda y las conspiraciones, que con la rendición de cuentas o la labor informativa. Si unos adolescentes estuvieron dispuestos a confrontarse físicamente por los productos culturales que consumían, ¿de qué son los capaces los adultos que buscan detentar el poder?

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