Un viaje a contracorriente con Mark Twain
Nuestro mundo

Un viaje a contracorriente con Mark Twain

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Durante estos días he estado impartiendo, cada martes por la tarde, un ciclo de charlas en torno a uno de mis autores preferidos: Samuel Langhorne Clemens, mejor conocido como Mark Twain. Auspiciadas por la Fundación para las Letras Mexicanas (f,l,m) y por la Casa-Estudio Cien años de soledad, estas conversaciones me han dado pretexto para regresar a algunos de los libros menos citados del autor norteamericano, y también para desempolvar mis notas en torno a un escritor al que hay que acercarse con cuidado: bajo la superficie de su prosa, aparentemente simple y diáfana, se esconden remolinos éticos, ideas turbulentas y situaciones desgarradoras.

Aunque Twain ha recibido grandes elogios de figuras literarias como Toni Morrison, Ernest Hemingway, William Faulkner, Jorge Luis Borges y Roberto Bolaño, los grandes públicos le asocian con la idea de un autor para niños. En realidad fue mucho más que eso: a lo largo de su vida fue piloto de barco en el río Mississippi, articulista, minero, cronista de viajes, mecenas de artistas e inventores, conferencista y activista. Esa diversidad de intereses se refleja en su vasta obra que incluye ficciones históricas, libros de viajes, memorias y por supuesto, novelas de muy distinta índole.

También hay que decirlo: Twain no siempre ha sido considerado un clásico. Durante años fue prohibido en ciertas escuelas y bibliotecas, e incluso en Inglaterra se llegaron a excluir varios de sus libros de los planes de estudio, en especial Aventuras de Huckleberry Finn. Aún hoy, no son pocos los activistas que pretenden eliminar la novela de librerías y bibliotecas. Otras instituciones han optado por meterle tijeras y hasta serrucho, ejerciendo la censura a su gusto, sobre todo por el polémico empleo de una palabra que hoy es considerada un insulto racial, y que se evoca como “n-word”.

Pero la complejidad en Twain va mucho más allá. Para ejemplo, un botón que he mencionado en otras ocasiones en este mismo espacio. Me refiero a una entrevista fechada en 1874 titulada “Encuentro con un entrevistador”. Allí, el escritor afirmó no saber si aún estaba vivo porque en su infancia su madre lo había mezclado en el baño con un hermano gemelo, quien había muerto tiempo atrás. En la entrevista, un Twain maduro responde a los cuestionamientos de un joven reportero: Verá, éramos gemelos, el muerto y yo. Nos metieron juntos en la bañera cuando sólo teníamos dos semanas y uno de nosotros se ahogó; pues bien, nunca hemos sabido cuál de los dos era el ahogado. Hay quien piensa que era Bill y hay quien piensa que era yoEste decisivo y terrible misterio ha envuelto en tinieblas mi vida entera. Pero le diré a usted algo que no había contado antes a nadie. Uno de nosotros tenía una marca peculiar: un gran lunar en la palma de la mano. Ese era yo. Y fíjese bien, ese fue el niño que se ahogó…”.

Resulta que la entrevista jamás ocurrió: es una invención de Twain, esbozada como un sketch para representarse en una gira de presentaciones en teatros. No obstante, la anécdota contiene las claves para comprender buena parte de su obra. El supuesto entrevistador se llama Sam Clemens, nombre real de Twain: Samuel Langhorne Clemens. La crítica ha escrito que nunca fue un escritor que se asomara obsesivamente a los abismos del alma. Pero parapetado tras el seudónimo Mark Twain, escribió obras que revelan que, aunque aquello del gemelo muerto era una invención, el asunto de la identidad sí fue un decisivo y terrible misterio que envolvió en tinieblas su vida entera.

Los libros que abordaremos son la narración autobiográfica Vida en el Mississippi (1883), las crónicas de viaje reunidas en Los inocentes en el extranjero (1869) y Siguiendo el Ecuador (1897) y las novelas Aventuras de Huckleberry Finn (1884), Pudd’nhead Wilson y Los extraordinarios mellizos (1894). Las charlas se transmiten de manera gratuita por las redes sociales de la Casa Estudio Cien años de soledad: twitter: @CasaCien y Facebook.com/CasaEstudioCien

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