Antipsiquiatría
Reportaje

Antipsiquiatría

Disrupción frente a la salud mental

Mayo de 1968 fue sin duda un momento crucial para la disrupción, en un clima crítico en que las ideologías dominantes y la ciencia se tambaleaban ante las crecientes dudas de la postguerra. Desde los escombros debía erigir un nuevo mundo, y había que discutir qué nuevas decisiones se tomarían, y, por supuesto, evitar que una visión arbitraria reclamara un lugar.

El resultado fue un hervidero de ideólogos y propuestas en ámbitos de la vida social e individual de las personas. Al ambiente energizado por la protesta de las huelgas, rebeliones y los movimientos estudiantiles, se sumaron críticas hacia los sistemas por los que estaba regida la vida incluso psicológica, y los mecanismos que mantenían la normalidad y la norma.

En contra de la psiquiatría

La antipsiquiatría surgió como una alternativa que, desde la incredulidad hacia la psiquiatría, el concepto de enfermedad mental manejado por la sociedad de su tiempo y el papel que tiene el poder en ese ámbito. El término fue acuñado por el psiquiatra sudafricano, teórico y líder y fundador del movimiento de la antipsiquiatría, David Cooper, para quien las ideas marxistas y la psiquiatría democrática fueron clave para su formación.

Usado por primera vez en 1967 en el libro Psiquiatría y antipsiquiatría escrito por Cooper, el concepto se refirió en primera instancia, a la oposición de índole completamente contracultural y relacionada con el clima rebelde de la época, y al uso de métodos opuestos a la psiquiatría ortodoxa de la época. Sin embargo, se utiliza más extensamente para describir la visión de los partidarios del movimiento respecto a la psiquiatría ortodoxa.

El señalamiento es cáustico. Para el autor, la psiquiatría no es sino una herramienta más del estado para oprimir a las personas que se rebelan ante él. La crítica a los mecanismos que reprime a sus elementos más atormentados y, tal vez, aquellos que más pueden subvertir las normas sociales, es clave para comprender su pensamiento. No conforme con esto, señala también a la célula familiar en Muerte de la familia (1971) y mantuvo una crítica respecto al psicoanálisis.

A partir de este razonamiento, lo natural sería realizar una propuesta y práctica alternativa que se alejara de la psiquiatría convencional, y es precisamente lo que hizo Cooper. Estableció una comunidad experimental en el Hospital Shenley, en Hertfordshire, Inglaterra, llamada Villa 21, caracterizada por el relajamiento de las reglas y un control democrático donde los pacientes y el personal encargado tienen el mismo poder de decisión.

La antipsiquiatría se consagró desde sus inicios con metas estables. Convirtiéndose en movimiento político, social y académico, cuestionó el enfoque biologicista, la violencia institucional y la relación jerárquica existente entre paciente y personal de la salud. En su labor más ambiciosa, cuestiona incluso las nociones preconcebidas de lo que la enfermedad mental significa. Si bien no niega la existencia de todas estas afecciones, señala que algunas de ellas son reacciones naturales que tiene el individuo ante un ambiente hostil. Es por eso que centrarse en los cambios fisiológicos acaecidos en el cerebro, y tomarlos como origen absoluto de la enfermedad, es por lo menos cuestionable.

El movimiento gozó de soporte académico a pesar de su carácter contracultural, ideológico, para destacar influenciando a filósofos y analistas de la realidad social. En la obra de Cooper y el psiquiatra formado también en psicoanálisis Roland Laing cobró su primer significado, aunque hoy entienda la antipsiquiatría como cualquier movimiento anti-institucional y reformador en el terreno de la salud mental y la psiquiatría de su momento histórico.

Hoy, se suele relacionar a pensadores y profesionales actuales del ámbito, como el psicoanalista Darian Leader o el médico y escritor Gabor Maté. Son notorias las influencias del movimiento, y quizás su aportación más importante es la tendencia a argumentar una crítica hacia las instituciones que resguardan la salud mental, y su manera de perpetuar los males modernos, relacionados con la autoexplotación y la medicación excesiva.

Un error social

La normalidad es un término meramente estadístico que define cierta estabilidad. En una función gaussiana o campana de Gauss (en estadística), por ejemplo, se puede describir una población, y la llamada distribución normal o normalidad estadística, es la parte de esa población que se repite con más frecuencia.

Lo que conocemos como normalidad es así de simple: la mayor frecuencia en que se repiten características, es lo definido como normal. En el ámbito de la salud mental se habla de características de personalidad, comportamiento, entre muchos otros rasgos que dependen enteramente del contexto en que se lee la normalidad.

Una persona normal de un barrio rico de sudáfrica, no será igual que una persona normal de la selva guaraní. Y de hecho, personas en contexto de tribu tendrían seguramente características de un enfermo mental en un sentido de “normalidad occidental”. En función de lo ambigua que se vuelve la noción de normalidad tomando lo anterior en cuenta, ¿cabe la posibilidad de negar en sí la enfermedad mental?

La normalización es un concepto que utiliza el postestructuralista Michel Foucault, y sirve para definir la manera en que funcionan las instituciones penales y, más importante para este tema, las encargadas de la salud mental. Es el sistema en que los individuos se distribuyen en torno a las normas o reglas implícitas de una sociedad. Los organiza y los controla (Vigilar y castigar, 1984).

La normalidad está ligada al poder y se opone, en sí, a la individualidad, porque su fin es contribuir al fin mayor que es funcionar en conjunto. Es una especie de carretera por la que se puede transitar con facilidad, y por lo tanto conviene que se emplee: La normalidad es resguardada por el poder. El control es útil para facilitar la existencia de una sociedad. Un grupo que deja fuera a quienes se han salido de su norma, engrasa sus engranajes.

En Desarrollo de la antipsiquiatría, una mesa redonda celebrada por el Círculo psicoanalítico mexicano (1975), el referente de la antipsiquiatría y profesor emérito de la Universidad de Syracuse Dr. Thomas Szas, habla sobre la normalidad. Para él, el criterio para definir quién padece locura (término coloquial), está dictado por la aprobación de los psiquiatras institucionalizados. Si ellos están en desacuerdo con las ideas de alguien, a cualquier nivel, éste puede ser considerado enfermo.

Szas considera que los términos “normal” y “anormal”, son usados de forma tendenciosa por la psiquiatría, porque disfrazan de terminología médica el hecho de que existen comportamientos que están de acuerdo con la sociedad y comportamientos que no lo están.

Franco Basaglia advierte que al comprender la sociedad que un individuo no solamente está enfermo, sino que ha salido del comportamiento normal, se le encierra en un edificio del que no puede salir, un lugar que puede ser considerado una cárcel para enfermos: el manicomio. En ese lugar no se recupera a voluntad, sino que se le retiene y es nulificado; pierde la capacidad de defenderse. Su identidad se hace indiferente a los demás. Lo mismo ocurre con los reos, personas que no es conveniente se mezclen con la población civil.

La razón por la que Basaglia considera ocurre lo anterior, es mero miedo o desconocimiento de lo relacionado con la enfermedad mental. Un miedo que nace de nuestra poca comprensión de la mente en general. Las drogas con las que se controla el comportamiento del paciente son, pues, más una ayuda para los médicos mismos, y son dirigidos específicamente para el control de los comportamientos que no comprendemos, y tranquilizar a la sociedad a este respecto.

Las investigaciones de Basaglia apuntan, como lo dice en su intervención, a que los enfermos mentales registrados durante periodos de guerra, son menos. La razón, es que no son considerados locos, puesto que los tiempos convulsos pueden utilizar a cualquier persona para pelear; sirven a esa sociedad.

En Es esto un hombre (1947), se habla de esta misma cosificación en campos de concentración, donde sus condenados estaban bajo ese control y reducción para fines políticos. Basaglia señala que este tipo de procesos no debería ocurrir con enfermos.

El error histórico

La extracción de la piedra de la locura de Hieronymous Bosch, de El Bosco (realizada entre los años 1475 y 1480), es una vuelta a un motivo recurrente. El procedimiento médico, como su representación, era común en la época. Se trata de una incisión para extraer una piedra que se creía, se alojaba en el cráneo de las personas que padecían locura.

Sin embargo, El Bosco pinta a un médico con una jarra de vino que representa su ebriedad, un embudo en la cabeza un embudo invertido que podría significar una ridiculización del gorro para pensar, que se recomendaba anteriormente para que la sabiduría entrara por él desde el ambiente y se dispersara por la cabeza.

Todo lo anterior indica que el médico que extrae la piedra es un incompetente, pero es más que eso. Lo retirado con la incisión es un nenúfar en vez de una piedra. La flor no representa la creatividad o los frutos de la locura, sino los beneficios que el médico obtiene por la aplicación de un método con el que engaña a sus pacientes. La flor representa el dinero que cobra por su supuesto remedio. La desconfianza, como la impresión y la dificultad para comprender la mente, parece existir en varios momentos de la historia.

Según Thomas Szasz, los primeros asilos para “locos” fueron creados por la aristocracia para impedir que algunos de ellos mismos heredaran fortunas, en estrategias meramente políticas y conspiratorias. Para el autor, el encierro fue siempre un arma de las clases dominantes para deshacerse de quienes molestan. La locura acusa.

Lo anterior da origen a una asociación bastante conocida, entre la locura y el crimen. Cualquier desviado de la norma, se considera peligroso y digno de desconfianza, a pocos pasos de cometer un acto horrible, aunque por supuesto, no se trata de los casos más comunes. Para el autor, no hay evidencia de que los criminales sanos sean menos peligrosos que los enfermos (El mito de la enfermedad mental, 1961).

En Desarrollo de la antipsiquiatría (1975), Szasz utiliza un ejemplo histórico bastante curioso para hablar de la arbitrariedad que existe en la psiquiatría. En 1906 hubo una reunión de psiquiatras en Alemania que consideró a los psicoanalistas una epidemia de locura entre médicos. Por supuesto, los preceptos de la disciplina no eran aceptados, o por lo menos no por este grupo, y se les consideró enfermos mentales, a conveniencia.

También señala que si alguien en una sociedad religiosa dice que habla con Dios, se le considera oración, mientras que, si Dios le contesta, se le puede considerar esquizofrénico y candidato a encierro. Los herejes, para el 1400, eran individuos que se salían de la norma religiosa y se les consideraba dignos de prisión y castigo; es decir, eran los enfermos de la época.

Hoy en día, la escultora Camille Claudel no sería considerada una paciente psiquiátrica sino alguien independiente con ciertos problemas personales. Sin embargo en su época, finales del Siglo XIX y principios del XX, fue encerrada por su familia al considerar que no era normal para una mujer de su edad no formar una familia y pasar horas obsesionada por su trabajo artístico.

El método alternativo

En Razón y violencia (David Cooper y Roland Laign, 1969), el filósofo existencialista Jan Paul Sartre, quien además estaba muy políticamente comprometido, describe la enfermedad mental como una salida que el organismo libre genera para poder adaptarse e situaciones adversas. El mismo autor señala que el individuo está condenado a una necesidad de libertad y su propio compromiso con ella (Crítica de la razón dialéctica, 1960).

Es decir, que está en una disyuntiva entre el acto libre y el que llamó “compromiso alienado”, siendo el segundo una contribución que tenemos que realizar todos los miembros de una sociedad (al igual que la normalización, el concepto de Foucault, el individuo se sacrifica para funcionar con su entorno). La situación “no vivible” a la que se adapta el individuo se encuentra ahí, en un entorno que no comprende realmente sus necesidades personales y que tiende a progresar a pesar de todo.

Por otra parte, algunos aportes del psicoanalista Donald Woods Winnicot, son de suma importancia para la antipsiquiatría. Centrando parte de su trabajo en el estudio de pacientes psicóticos, sienta las bases de su concepto, el “falso yo”, mediante el que sugiere que se puede producir una distorsión de la personalidad, una personalidad falsa que proteja a la verdadera.

El antipsiquiatra Ronald Laing se formó mediante los postulados de Winnicot y escribe los libros El yo dividido (1974) y El yo y los otros (1969), donde el autor acuña el concepto de “inseguridad antológica”, para designar al yo formado de manera defectuosa, con lo cual realiza una teorización en torno al origen social de la esquizofrenia. Para Laign, el esquizofrénico organiza su personalidad de esa forma para defenderse de su entorno caótico.

Es importante para él la noción de los mensajes dobles que figuras como los padres realizan. Es decir, el llamado “doble vínculo”, constituido por situaciones falsas e insostenibles, que además se espera atiendan los hijos. Estos mensajes contradictorios, en cuanto a lógica o valores contradictorios, hacen que la persona en edades tempranas se adapte con una personalidad que elige formar caminos diversos y, por supuesto, antepuestos.

La propuesta antipsiquiátrica

El experimento de Rosenhan, publicado en la revista Science como Sobre ser sano en lugares insanos (1973), es citado como uno de los ejemplos más paradigmáticos en cuanto al impulso de la antipsiquiatría. El psicólogo y profesor emérito de la Universidad de Stanford David Rosenhan, concibió el famoso experimento como una manera de comprobar la confiabilidad, objetividad y validez de los diagnósticos psiquiátricos. Mismos que podrían ser afectados por sesgos personales o hasta morales aún siendo emitidos por profesionales competentes y con experiencia. Al basarse en opiniones más que en hechos, no serían tan fidedignos como los diagnósticos fisiológicos. La conclusión del estudio apoyó estas mociones, pero encontró algo más preocupante aún: en realidad no hay manera de distinguir entre un paciente psiquiátrico y una persona sana.

Entre 1969 y 1972, el profesor envió a nueve personas que no habían presentado en el pasado ni presente, síntomas de trastornos mentales graves. En la ecuación, se incluyeron cinco hombres y tres mujeres adultos, entre los que el psicólogo se incluyó a sí mismo y a otros cuatro psicólogos o psiquiatras. Todos ellos terminaron ingresando a un hospital psiquiátrico diferente cada uno, sin previo aviso, pero habiendo advertido al personal que el estudio se realizaría en algún momento no revelado.

Para sus razones de ingreso reportaron haber oído voces en su cabeza que decían palabras como “hueco”, “vacío” o “golpe sordo” de manera aleatoria, lo que no indica datos relevantes sobre su condición o gravedad, ya que algunas alucinaciones auditivas pueden ser producidas de forma temporal en personas sanas debido a estrés o cansancio; otras menos notorias, pueden ser alucinaciones visuales o auditivas cotidianas, presentes en cualquier persona.

Al estar en sus hospitales, los pseudopacientes no continuaron fingiendo síntoma alguno, sin embargo todos fueron internados y no hubo un sólo caso en que se identificara diagnóstico erróneo. Hubo razones ajenas a la práctica psiquiátrica para detener las estancias, ya que, eso sí, lograron advertir que se habían falsificado datos y antecedentes personales de cuatro de ellos. Sin embargo, volvieron a intentar ser ingresados en otros cuatro hospitales.

Se encontró que un número elevado de hospitales estaba en mal estado y en muchas de ellas había déficit significativo de contacto entre personal y pacientes, además de que se prescribieron medicamentos (que los pseudopacientes se las ingeniaron para no tomar, salvo en uno o dos casos en que no fue posible evitarlo). Y para concluir los hallazgos, se evaluó al personal, preguntándoles en una escala de 10 puntos, qué tan probable consideraban que sea o no pseudopaciente cada persona, lo que resultó en 193 pacientes con puntuación baja en instituciones donde, de hecho, no se había enviado a nadie de incógnito.

El comportamiento de los ingresados era normal, mantenían contacto con los demás como si cualquier persona conocida, e indicaron al personal que se encontraban bien y ya no experimentaban síntomas, pero en ningún caso esto fue suficiente para sacarlos del hospital. Hubo dos incumplimientos del protocolo de la institución que no ameritaron egreso. Uno de los pseudopacientes dijo que era psicólogo, y otro fue más lejos, intentando un romance con una enfermera, revelando su ocupación como psicólogo al personal y brindando psicoterapia a otros pacientes. Sin embargo, los enfermos mentales en estos lugares probaron ser invisibilizados y sometidos al criterio más o menos arbitrario del personal, que les permitió el egreso cuando creyeron conveniente, a pesar de todo, y a pesar de que algunos pacientes ya advertían que había ocurrido un engaño.

Es una creencia extendida y que resulta tener eco en los profesionales de hoy en día, que los pacientes psiquiátricos se pueden distinguir de las personas sanas. Al parecer, esta aseveración está alejada de la realidad y los textos respaldados por la misma comunidad desmiente su mito.

El mismo manual de diagnosis y estadística de desórdenes mentales en su segunda edición (DSM-II, 1968), explica que la experiencia de los profesionales puede ser insuficiente para distinguir rápidamente los pacientes y su trastorno mental, y que es una creencia extendida la identificación de males mentales en el físico del paciente, como se haría con dolencias del cuerpo.

Incluso su diagnóstico diferencial y detallado es sumamente complicado. El uso de instrumentos de evaluación para inferir características no observables existe precisamente para no imbuir estos en la persona (Diagnóstico clínico de desórdenes mentales, Benjamín Wolman, 1978).

El movimiento de la antipsiquiatría tomó fuerza desde sus inicios. Es en el libro Psiquiatría y antipsiquiatría, que se acuña el término, pero es también en el mismo texto que se describe una práctica terapéutica en el que ya se ponen a prueba sus principios.

La ya mencionada Villa 21, es realizada en un pabellón de hospital psiquiátrico como una experiencia alternativa a la psiquiatría tradicional, que se posiciona en contra de la violencia institucional y la organización común y jerárquica del hospital. Para lograrlo, opta por favorecer la libertad un clima de libertad entre pacientes y rechazar las restricciones y la negación de su voz y voto. Otros de sus principios son la concentración en el paciente en vez de la enfermedad, la utilización de grupos terapéuticos y la autogestión del tratamiento médico.

Nuevas visiones antipsiquiátricas

La antipsiquiatría, como se ha dicho, hoy se conoce más allá de sus propuestas originales, y se incluyen en ella otras propuestas de la misma época. Un ejemplo son los aportes realizados por Deleuze y Guattari en el Antiedipo y Mil Mesetas, que se oponía al psicoanálisis y a una perpetuación del edipo, al que consideraban poco más que un mito. Otro es el grupo armado llamado Colectivo socialista de pacientes de la clínica Heidelberg (por sus siglas en alemán SPK), quienes, activos entre 1970 y 1971, se oponía a la medicina y a los médicos. El capitalismo era visto por ellos como la causa última de las enfermedades físicas y mentales, mientras que la enfermedad es vista como un arma contra la represión.

Otro movimiento de gran fuerza e influencia (no necesariamente dentro de la antipsiquiatría), fue la crítica global e ideológica llevado acabo por el psiquiatra Roger Gentis (Los muros del manicomio, 1971), la psicoanalista Maud Manonni (La teoría como ficción, 1980) o Franco Basaglia (La institución negada, 1972; La mayoría marginada, 1973). Ellos critican el proceder médico, nosográfico (respectivo a la clasificación de enfermedades) y diagnóstico de la psiquiatría, cuya argumentación llega a negar la existencia de la enfermedad mental y la llaman un artefacto pseudo médico que no explica las dolencias y se centra en calmar sus síntomas.

En El prejuicio psiquiátrico (1989), el psicoanalista y referente del movimiento Giorgio Antonucci, habla de las vertientes que la antipsiquiatría tomó después de su momento clave. Entre ellas se encuentra la defendida por el mismo autor, llamada pensamiento no-psiquiátrico, que considera la psiquiatría una ideología sin bases científicas. El autor señala que la enfermedad mental no existe, pero hace incapié en que las enfermedades del cerebro, atendidas por la neurología tienen total validez, y considera que la evolución de la misma psiquiatría se encuentra justo en ese ámbito, habiendo superado sus prejuicios y sus sesgos morales.

Sin embargo, hay que señalar, que la antipsiquiatría es sólo el inicio de algo más, y que tienen problemas que aún se pueden superar como es su poco énfasis en rasgos importantes de las personas como son la raza y el género.

En Postpsiquiatría: una nueva dirección para la salud mental (Patrick Bracken y Phillip Thomas, 2001) se explica este término, llamado también psiquiatría crítica. Es una posición más filosófica que denuncia los defectos de la psiquiatría tradicional y, sin negar la importancia de lo biológico, tienen una dirección ética y orientada a la diversidad y la subjetividad individual. Por supuesto, sigue rechazando la violencia institucional característica del ámbito, y continúa denunciando que la evidencia científica demuestra la ineficiencia de las prácticas psiquiátricas. Sin embargo, parece ser que la postpsiquiatría ha sido absorbida por la práctica tradicional, o se ha convertido en una suerte de abordaje políticamente correcto, puesto que no continúa con las propuestas más rompedoras de la antipsiquiatría: a saber, el rechazo de la intervención contra la voluntad del paciente y el uso de fármacos.

La Alterpsiquiatría, por otra parte, ofrece alternativas fuera de los hospitales. Utilizando estrategias individuales como son los hábitos saludables, la autoayuda organizada sin presencia de médicos y en grupos de apoyo. Si se piensa, alternativas que estaban a la mano y que son relativamente fáciles de implementar, si no se tiene el gran prejuicio hacia la enfermedad mental.

El pensamiento y difusión en contra la psiquiatría existen aún. No necesariamente se adscriben al movimiento de los años sesenta ni a todos sus postulados, pero al igual que este, proponen nuevas perspectivas, niegan la existencia de ciertas enfermedades mentales y, sobre todo, señalan al entorno como causante de estos problemas en vez de culpar al individuo, como señala el médico Gabor Maté.

Tal vez nos ocupamos demasiado en buscar señalar al individuo de las dolencias que le ocurren, en vez de encontrar el problema de fondo, que es la forma en que nos organizamos en conjunto. “Es falso decir que algunas personas son normales y otras son anormales. De hecho, todos estamos en un espectro de heridas, que tiene un gran impacto en nuestras relaciones interpersonales y en nuestra salud” Gabor Maté.

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