Cuando se apagan las luces del salón de fiesta quiere decir que todo acabó, es una invitación a retirarse, a dejar el lugar y buscar el cobijo de la casa.
Así ocurre en las fiestas decembrinas: la luz, el brillo, el ruido van desapareciendo sutilmente, ya no es imperiosa la reunión, vernos y desearnos lo mejor, ya no importa si llegas a cualquier parte con las manos vacías. Poco a poco empezamos a recoger los adornos, a empacar la vajilla de Navidad que ya no será útil sino hasta diciembre del año venidero, las copas rojas van en el rincón de la vitrina, quitamos el árbol y lo guardamos en cajas que resistirán el polvo de febrero y marzo.
La ilusión de las fiestas se diluye, despedimos a los visitantes que de fuera vinieron a celebrar, el olor de la comida nos cansa, vemos los chocolates y les damos la vuelta, tratamos de repartir lo que quedó del recalentado, no hay manera de volverlo a servir.
Conforme pasan los días olvidamos los propósitos de año nuevo, es más, ¿hicimos propósitos?, ¿seguro que yo dije que no volvería a hacer tal o cual cosa?, una y otra vez la historia se repite. Hay quienes se atreven a decir que cuando llegamos al nuevo año podemos quitarnos el disfraz de generosos, buenos, pacientes, alegres y considerados, me resisto a creer que lo que fuimos en la Navidad solo fue un contagio de bonhomía.
De las recetas del pavo pasamos a las dietas, de la espiritualidad a las recomendaciones de rituales, de los villancicos a los pensamientos asertivos, de los cursos de cómo hacer arreglos navideños a las técnicas para fijar buenos hábitos, de las carreras por las compras a las rutinas de ejercicio, de la alegría desbordada a las cien maneras de superar la depresión postnavidad, de la envoltura del juguete a esconderlo para que haya mesura en su uso.
Así es el contraste tan acentuado y de pronto se oyen los silencios en la casa, el eco de los espacios vacíos, el frío que permanece se siente más y empezamos a pensar en el siguiente diciembre, tenemos que reponer el plato que se rompió, quitar la mancha de la silla, lavar los manteles, recomponer el cuerpo. ¿Y con qué nos quedamos?, ¿qué alimentó nuestro espíritu?, ¿qué pensamientos renovados nos van a acompañar?, ¿cuáles son las ganancias de tantos esfuerzos?
Es tiempo de recapitular lo hecho, es tiempo de hacer balances, es tiempo de sopesar que vale la pena, que esfuerzos ameritan nuestra atención, que peso hay que liberar de nuestro equipaje, que fortalezas adquirimos a lo largo de todo un año, que aprendizajes nos hacen ser mejores personas, a quienes soltamos y que soltamos, a que le dijimos si y que rechazamos, qué amistades conservamos y cuántas se fueron, cuáles vivencias se quedan en nuestro corazón, de que nos arrepentimos, qué valoramos, qué justificamos, que omitimos, que nos sorprendió, que nos aburrió, que nuevas ilusiones construimos, hay tanto que podemos hacer por nosotros mismos, solo hace falta voluntad para ser sinceros, para hablarnos con la verdad y construir esa realidad que tanta falta nos hace.
La comunicación intrapersonal que podamos establecer no acepta verdades a medias, engaños, justificaciones, postergaciones, hay que ser valientes para enfrentarnos a nosotros mismos, si empezamos con este ejercicio, muy pronto seremos capaces de hablar con los demás en esos términos, con esa misma autenticidad.
Un día que no avanzamos es un día perdido, un día que no sabemos a donde queremos ir, es un día de extravío, ¡cuánta falta nos hace definir el camino! También he de decir que estoy segura que nada ocurre por casualidad, que todo está perfectamente diseñado desde la composición del universo, que todo tiene un sentido, aunque no alcancemos a comprenderlo.
Por eso cuando la fiesta acabó, hay que platicar de ella para no olvidarla. No dejemos de lado la vida en aras de lo efímero, pero tampoco dejemos de gozar porque el pensamiento no para.
Aún es buen momento para desear que este día que hoy me lees, apreciado lector, sea valorado en su dimensión real, la palabra mañana tiene un cierto grado de vulnerabilidad, no sabemos cuando será el último día que ya no tengamos una nueva oportunidad de pronunciarla.
Así que hoy sé feliz, sea cual sea tu propia definición de felicidad.
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