A partir de unas líneas de las Escrituras donde se dota al hombre de la facultad de elegir, el filósofo Pico della Mirandola arma su Discurso sobre la dignidad del hombre, en 1486. Es su texto uno de los muchos que fundamentaron el humanismo en el Renacimiento italiano.
Su Oratio de hominis dignitate la pronunció ante eruditos de toda Europa convocados a un debate público en Roma cuando él tenía sólo 24 años de edad. El joven sabio es reprimido por el papa Inocencio VIII, por lo que se ve obligado a refugiarse en París.
El pensador renacentista en su Discurso… propone que el ser humano puede crecer tanto en sus potencialidades que lograría la estatura de las criaturas cercanas a Dios, “los serafines, los querubines y los tronos”. En el mismo lugar remata: “con quererlo, no seremos inferiores a ellos”. Como péndulo que se mece desde el metafisismo imperante hasta la confianza en la razón materialista se desplaza la voluntad humanista de Pico della Mirandola.
En las primeras páginas de su breve libro (66, en edición de la UNAM) el sabio cita las palabras que en las Escrituras inducen al ser humano a sentirse libre, a elegir libremente, a ejercer su arbitrio, a ser dueño de su albedrío: “Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí escritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado […]. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses […].”
Después de citar los conceptos de las Escrituras abunda trayendo palabras persas y caldeas de reconocimiento del hombre y exclama: “Pero ¿para qué destacar todo esto? Pues para que comprendamos, ya que hemos nacido en la condición de ser lo que queramos (cursivas mías), que nuestro deber es cuidar de todo esto: que no se diga de nosotros que, siendo en grado tan alto, no nos hemos dado cuenta de habernos vuelto semejantes a los brutos y a las estúpidas bestias de labor.”
Es mayúsculo el esfuerzo intelectual de Pico para convencer al humano de que puede ser semejante a los seres cercanos a Dios. El humanista del Renacimiento recurre a lo más valioso de la mitología bíblica para persuadir a la mente humana de que su destino es el libre albedrío, la opción de usar el libre arbitrio; la conducta contenida en el desprestigiado concepto de herejía que no es sino la facultad de escoger.
Sin embargo, no faltaron humanistas que escogieron conductas que provocaron el repudio de las buenas conciencias. Jacob Burckhardt dice que los humanistas desde el siglo XVI fueron despreciados a causa de su “maligna soberbia”, sus “vergonzosos desenfrenos” y, añadamos, su incredulidad respecto a la religión, sus herejías, su ateísmo.
Don Quijote junto con Sancho se burla de ellos. Pero un humanista que pasa por la novela sólo con la identificación de primo dice que sus libros son “de gran provecho y no menos entretenimiento”. Los humanistas se propondrían enseñar divirtiendo. Pienso en Boccaccio. El propio primo agrega que sus libros “alegran, suspenden y enseñan”.
Una parte de la humanidad ha tenido confianza en el hombre, se ha preocupado por el hombre no desde la actitud religiosa ni metafísica sino desde lo que acabó llamándose humanismo, el que apareció en el Renacimiento y que tiene como una de sus expresiones de confianza en la capacidad de la humanidad el Discurso sobre la dignidad del hombre, de Giovanni Pico della Mirandola.
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