Litio: hurgar bajo la superficie
Nuestro mundo

Litio: hurgar bajo la superficie

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Litio (Planeta, 2022) la más reciente novela de Imanol Caneyada, es un rompecabezas que nos planta de lleno frente a algunos de los debates más encarnizados de la actualidad: desde los bemoles silenciados en la promoción de las llamadas energías limpias, hasta el lado amargo del discurso que ensalza conceptos como “progreso” y “desarrollo” como única vía para acceder a mejores condiciones de vida, cuando en realidad somete a pueblos enteros a vivir en condiciones de explotación. Así, la novela hurga bajo la superficie de la cotidianidad permitiéndonos, por vía de la fabulación, reflexionar acerca de ciertas complejidades éticas de la vida contemporánea.

Lo primero que debe señalarse es que el libro está muy bien forjado. Tal como ha hecho en títulos anteriores como Espectáculo para avestruces y 49 cruces blancas, Caneyada echa mano de una sólida estructura cuyas raíces pueden rastrearse hasta la tragedia griega: en lugar de seguir los pasos de un solo personaje, la narración va construyéndose desde distintas aproximaciones, presentándonos las virtudes, los defectos, los deseos y los miedos de una serie de mujeres y hombres muy diferentes entre sí que se asocian, se enfrentan, se corrompen y se tienden emboscadas. Con este recurso, Imanol nos convierte en testigos privilegiados de la ciega carrera que los personajes emprenden para encontrarse con destinos que no pocas veces resultan radicalmente distintos a sus expectativas.

El primero en aparecer en escena es Guy Chamberlain, geólogo que trabaja como explorador para una minera canadiense. Aficionado a la observación de aves, viaja a México para evaluar un yacimiento de litio en Sonora. Durante el desayuno es abordado por su hija, quien le pide una jugosa transferencia para hacer un viaje de estudios a New York. Lo que parece un plácido desayuno familiar no tardará en convertirse en una ácida metáfora de la brecha entre generaciones.

Después entra en escena Margaret Rich, embajadora de Canadá en México, quien es una mujer que a sus sesenta años vive desencantada de la diplomacia mientras arrastra un matrimonio resquebrajado que le permite guardar las apariencias en un entorno conservador. Una duda la carcome: ¿los diplomáticos siguen teniendo capacidad de acción? ¿O se han convertido en meros gestores al servicio de intereses privados?

Otro personaje es Marc Pierce, un silencioso pero efectivo “hombre sin rostro” que trabaja para la Inuit Mining Co. Bajo distintos disfraces, Pierce se dedica a destrabar —por los medios que sean— los obstáculos que se le presentan a la minera en suelo mexicano. Como todo personaje memorable Pierce tiene su talón de Aquiles, pues su debilidad es contratar servicios sexuales de jovencitos. Esta afición lo vuelve vulnerable en entornos donde dar un paso en falso puede ser letal.

Domingo Martínez, a su vez, es un activista con sangre purépecha que ha puesto a toda su comunidad en contra de la compañía minera. Frente a la necesidad de “lavarle la cara” a la empresa, los publirrelacionistas buscan desactivar políticamente a Martínez. Pronto, la situación da un vuelco inesperado.

Por último asistimos a las tribulaciones de una mujer sonorense llamada María Antonieta, quien ha transformado la hacienda familiar en un invernadero en donde cultiva flores de exportación. Pronto nos enteramos de que en su territorio hay un rico yacimiento de litio que despierta la codicia de más de uno.

Otra vez: entre las muchas virtudes de esta novela destaca que las relaciones entre sus personajes encarnan dilemas que no tienen soluciones obvias: en el centro está el siempre difícil, quizá imposible equilibrio entre la explotación de recursos naturales (que en teoría puede aportar dinero, por ejemplo, para gasto social) y la preservación del ambiente (que significa calidad de vida). Así, lejos del maniqueísmo de buenos contra malos, Litio nos enfrenta a algo que, en el fondo, puede ser mucho más desesperanzador.

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