Rubik, el cubo de la imaginación
Ciencia

Rubik, el cubo de la imaginación

Memorias de un juguete y de su artífice

Los seres humanos somos imperfectos y eso es lo que nos hace perfectos.

Ernó Rubik

Explicar el genio de Ernó Rubik requiere trasladarse a esa frase de Albert Einstein: “La verdadera señal de la inteligencia no es el conocimiento, sino la imaginación”. Una cita que aparece en Rubik. La increíble historia del cubo que cambió nuestra manera de aprender y jugar (Blackie Books, 2022), libro autobiográfico recién publicado en español, con traducción de Daniel López Valle.

Todo ser humano moderno ha visto ese cubo cuadriculado con distintos colores. Lo ha tomado en sus manos durante la inocente infancia o ya de adulto, donde la inocencia se ha disfrazado de soberbia. Cautivado, ha sufrido para encontrar las claves de su funcionamiento o desistido en la más honrosa retirada. ¿De qué va este juguete? ¿Matemática? ¿Intuición? Para entender el invento hay que revisar la raíz de su inventiva.

Infancia

Rubik comienza su relato de 198 páginas con una irónica confesión: detesta escribir. Su lenguaje radica en otro sitio, ostenta otra abstracción. No obstante, como feligrés al juego, no cesa en divertirse y arrojar reflexiones: “¿Es posible capturar con palabras todas las dimensiones de nuestra vida?”, se pregunta. Al final concluye que para escribir este libro tuvo que verlo como si fuese un rompecabezas, y el modelo más cercano a ello era su propio cubo: “Es simple y complejo; tiene movimiento y estabilidad”.

El inventor nació en Budapest, Hungría, el 13 de julio de 1944, a las dos de la tarde. Su padre fue ingeniero aeronáutico, su madre escritora. Pasó su infancia en Esztergom, en la época del comunismo. Asistió a una escuela de arte, pues gustaba de dibujar y pintar. Luego, sus estudios comulgaron en los campos de la escultura y la arquitectura, áreas que a futuro tonificaron su músculo creativo. En realidad, estaba más interesado por la tecnología y las matemáticas.

El niño Ernó era fanático de los puzles o rompecabezas. Prefería los difíciles a los fáciles. Jugar con ellos entrenó a su mente infantil. Se familiarizó con sus preguntas y el hecho de responderlas, como si su existencia fluctuara en un campo de interrogantes. En el juego había supervisión adulta ni presiones, todo fue entretenimiento solitario, sabiduría autodidacta.

No tenía contrincante. Si fracasaba podía comenzar de nuevo. Lo que más le atrajo de los rompecabezas fue que podía emplearlos como punto de partida para descubrir algo más. Estos puzles sacaban lo mejor de él: concentración, curiosidad, sentido del juego y el deseo de llegar a una solución; atributos que forman parte de toda creatividad humana.

Un de los primeros puzles que llegaron a sus manos fue el Tangram. Se trataba de un objeto chino, un cuadrado dividido en siete partes (tans): cinco triángulos de distintos tamaños, un paralelogramo y un cuadrado. El reto consistía en formar figuras únicas a partir de estos elementos simples. Sin una teoría matemática para resolverlo, Rubik fue cautivado por su libertad. “Con el Tangram a veces dibujaba en las propias piezas para que, al juntarlas, el resultado fuese algo abstracto y hermoso”.

Más tarde, con cinco años de edad, le obsequiaron un puzle de cinco piezas. Consistía de una caja plana, con quince casillas numeradas del uno al 15 y en una cuadrícula de cuatro x cuatro. Lo que permitía que siempre hubiera un hueco que permitiese mover las piezas deslizándolas. El desafío versaba en cuántas combinaciones se le podían ocurrir al jugador. Rubik encontraba la solución al descubrir que lo importante no consistía en las piezas tomadas de una en una, sino en el movimiento del conjunto como un todo.

Creo que este tipo de juguetes son lo mejor que puede tener un niño, porque el mundo que nos rodea está lleno de objetos que se pueden usar como juguetes: puedes transformarlos, construir algo, definir las reglas, etcétera”, comentó Rubik en una entrevista recién publicada en YouTube para el programa Aprendemos Juntos 2030 de BBVA.

La fiebre de Rubik

El éxito es una relación entre el individuo y su trabajo. Como menciona una cita de Albert Schweitzer, el éxito no es la clave de la felicidad, sino que la felicidad es la clave del éxito. Si se ama lo que se hace, el éxito está garantizado. Rubik nunca tuvo ambición, pero sí convicción. Quizá esto podría dar cierto norte sobre la longeva vigencia de su juguete.

El año fue 1974. Ernó Rubik ya había comenzado la construcción de algunos cubos con papel y madera. Entonces, era profesor universitario y pensó que sería interesante juntar ocho cubos pequeños, para que estos estuvieran unidos, y además pudiesen moverse de manera individual. Fue la génesis de lo que más adelante se convertiría en su “cubo mágico”.

Cuando el inventor tuvo por fin el objeto final, un cubo capaz de girar sus distintas partes, se dio cuenta de que este estaba “desnudo”. ¿Cómo se podía apreciar el cambio de orden si todas las partes eran iguales? Así se le ocurrió pintar cada cara de un color diferente. Para ello empleó sus conocimientos adquiridos en materia artística. Al final, la solución del cubo consiste en que los pequeños cubos de cada cara deben tener el mismo color, pero para llegar a ello existe un sinfín de diferentes movimientos.

El juguete salió al mercado y comenzó a tener éxito en Hungría, al grado de llegar a ostentar una “vida independiente”, según su creador. Se patentó en 1975, pero fueron los mismos húngaros quienes lo llevaron fuera de la fronteras. La casualidad hizo su papel. En 1979, Tom Kremer, un empresario originario de Transilvania (región en ese entonces perteneciente a Hungría y ahora a Rumanía), acudió a la Feria del Juguete de Núremberg. Los húngaros suelen hermanarse en el extranjero a causa de su difícil idioma. Allí, Kremer escuchó a otro comerciante hablar húngaro (o quizá alemán con bastante acento) y le prestó atención.

El comerciante trataba de despertar interés por un extraño objeto llamado “cubo mágico”, que al parecer era muy popular en tierras húngaras. Kremmer, quien recién había montado una empresa de juguetes, fue el único interesado. Tuvo fe en él y convenció a Ideal Toy, una gran compañía estadounidense. El trato se hizo y el cubo comenzó a distribuirse en Estados Unidos a partir de 1980.

Sin embargo, el nombre de “cubo mágico” no entusiasmaba a la compañía en cuestiones mercadológicas y se buscó otro camino. Al final se decidió bautizarlo con el apellido de su propio creador. Así nació el cubo de Rubik, siendo toda una sensación ochentera.

Tenía magia. El cubo atrapaba a cualquier persona, fue toda una locura. Entre 1980 y 1983, Ideal Toy consiguió vender cien millones de estos cubos en todo el mundo. Comenzaron a publicarse libros, investigaciones, tesis. La lógica matemática del objeto entusiasmó a los más estudiosos, pero de repente, Rubik relata que la moda entró en pausa.

En este tiempo se replanteó varias cosas, entre ellas distintas reflexiones sobre el éxito y la fama. Años más adelantes, el cubo volvería a tener un auge, esta vez permanente y adherido más a una cultura popular que a una moda. El cubo comenzó a ser protagonista de distintas competiciones, donde el reto consistía en resolver con mayor rapidez sus caras. Aunque, según su inventor, el cubo está hecho para que el jugador compita consigo mismo.

Una de las grandes lecciones que arroja la extraña vida del cubo de Rubik es que, si algo merece la pena, quizá tendrá que pasar por un periodo inicial de éxito, pero después arribará una época en la que no sucederá nada. La parte realmente importante es heredera de ese éxito y descalabro, viene después, como escena postcréditos. Sirve para evaluar lo ocurrido y los errores. El fracaso no es agradable, pero sí componente esencial de todo esfuerzo. Al final se debe entender que el tiempo no es enemigo, sino parte esencial de nosotros.

En la última parte del libro Rubik. La increíble historia del cubo que cambió nuestra manera de aprender y jugar, se incluye una entrevista ficticia a Ernó Rubik y al “Cubo”, así, en mayúsculas, pues para él siempre ha sido otro ser humano capaz de tomar sus propias decisiones.

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