Los huesos hablan, los vivos se comunican con sus muertos y la tragedia es continua, deja huella. La violencia y el dolor pueden palparse en cada página de Despojos, un libro de cuentos de la escritora queretana Lola Ancira.
La obra obtuvo el premio único de cuento en el Certamen Nacional de Literatura Laura Méndez de Cuenca, en 2021. Y no podría haber sido para menos, ya que sus historias recrean la violenta realidad que padecemos en México de manera más intensa desde el comienzo de la guerra declarada por el Estado en 2006.
Con los personajes de estos cuentos, la autora le da voz a miles de víctimas cuyas heridas aun están abiertas y logra que el lector pueda sentirlas y mirarlas e cerca.
Despojos todavía no está disponible en librerías, para adquirirlo hay que contactar a la escritora. Aquí no parece imprescindible comenzar a hablar de sus historias reunidas en este libro.
Comunicación entre vivos y muertos
En una crónica de Leila Guerriero, titulada La voz de los muertos, se narra la historia de la conformación del Equipo Argentino de Antropología Forense. Surge a partir de la necesidad de encontrar e identificar a las víctimas ejecutadas y desaparecidas que dejó la dictadura militar argentina, iniciada en 1976. Esta organización fue la misma que se convocó para ayudar a esclarecer la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa en México. Al igual que Guerriero en su crónica, Ancira usa en su ficción la misma metáfora de diálogo entre vivos y muertos para titular el primer cuento de este libro: Hablar con los muertos. Sin embargo, los interlocutores de las voces de estos restos humanos no son forenses ni científicos; son mujeres y madres que buscan a sus desaparecidos con sus propios medios, sin el apoyo de las autoridades pese a amenazas y amedrentamientos. ¿Nos suena familiar?
La historia cuenta la búsqueda del hijo desaparecido de Elisa, desde la intimidad, pero también desde lo colectivo; cansada de esperar y de la nula capacidad de las autoridades para ofrecerle respuestas, Elisa acude a Rosalía, una mujer integrante de brigadas dedicadas a la búsqueda de restos humanos para su identificación. Conforme se desarrolla la historia, se escucha el eco de las voces de miles de mujeres de la vida real, que también fueron atravesadas por las desapariciones de los suyos y han tenido que buscarlos con sus propias manos a lo largo y ancho del país.
Al igual que ellas, las buscadoras de esta ficción han acumulado conocimiento sobre cómo desenterrar muertos; “donde la arena no era firme, donde había montículos y donde el pasto cambia de color” y sus métodos: “Mira, con estas varillas picamos la arena (dice sujetando una). Tienen que entrar al menos dos metros, a partir de ahí, es más fácil encontrarlo. Huele a acero y tierra. El olor de los cadáveres se reconoce de inmediato”. “Lo que hace la tierra es anunciar, mostrar, dar indicios, pero siempre son los cuerpos los que hablan. Si te quedas en silencio de verdad, sin siquiera escuchar lo que te carcome la cabeza, te van a llegar los ecos desde las entrañas de las fosas”, le aconseja Rosalía a Elisa.
El mundo vacío, es otro cuento que rompe con las imposibilidades de la muerte. Tras el rapto de una niña de cinco años, el dolor y las culpas desmoronan la vida de sus padres. La historia la cuenta él, su padre, quien fue al que se la arrebataron de las manos mientras caminaban por la calle, en plena luz del día y ante la indolencia y omisión de los testigos. El hubiera y el arrepentimiento lo persiguen y atormentan. En este cuento, Lola Ancira logra la inmersión del lector en la tragedia, esa que nos parece tan lejana y que sólo atestiguamos en pantalla. Pero, ¿Y si un día esas descripciones físicas que encabeza el SE BUSCA de una Alerta Amber, fueran las de alguno de nuestros seres queridos? La sola idea estremece a cualquiera, pero en esta historia hay “un sitio que moldea la nada en lo que uno desee” Y el deseo de estos personajes es hablar con ellos, con los muertos y los ausentes. A partir de ese anhelo y usando un artefacto, el padre habla con su hija ausente. Pronto aparecen más personas que también llamarán a sus muertos, porque como dice el narrador “cualquier familia tiene por lo menos un ausente”. Esta comunicación parece inverosímil, pero solo los que han sido atravesados por el dolor de la pérdida y mantienen viva la llama de la esperanza, logran comprenderla.
La venganza como única manera de justicia
¿Qué tipo de justicia alcanza para resarcir el daño causado por abusos, golpes, violaciones y asesinatos? ¿Qué consuelo se les puede ofrecer a las familias de las víctimas? ¿Se justifica hacer justicia por propia mano ante la ineficacia del sistema? Hay tres cuentos en este libro que exploran las múltiples respuestas a estas preguntas: Domesticar el mal, La rabia lenta y Auto de fe. La primera es la historia brutal de una familia de San Juan Copala, trastocada por la violencia machista, la discriminación indígena, la pobreza y el alcoholismo. Las vidas de los protagonistas Martina y Timoteo, se entrelazan a partir de que él la violó y quedó embarazada. Al enterarse, el padre de Martina acude con la familia de Timoteo para exigir boda y dinero. Los Ortiz, que además de ser la familia del abusador, son miembros de uno de los movimientos sociales más violentos de la zona, aceptan la boda y pagan los diez mil pesos solicitados por la familia de la novia. Pero luego de la unión, los Ortiz los despojan de sus tierras y los obligan a irse del pueblo. La vida de Martina y de los hijos que vendrán después, es una constante de golpes, insultos y humillaciones. Heriberto, el hijo mayor se vuelve el apoyo incondicional de la madre hasta el final de la historia, cuyo desenlace se convierte en una tragedia estrujante.
La segunda, La rabia lenta, inicia con un epígrafe de Friedrich Nietzsche, anunciando desde el comienzo lo que una madre es capaz de hacer con el asesino de su hija: “Una pequeña venganza es más humana que ninguna”. Pero, además, hay que decir que el personaje de la madre fue educado con valores católicos basados en el perdón y la misericordia. Con esa complejidad, Ancira nos invita a reflexionar sobre las múltiples reacciones de los seres humanos, inimaginables hasta por ellos mismos, ante la violencia y el inmenso dolor que los asecha. Este cuento puede encontrarse en Internet, en el suplemento cultural Confabulario, del periódico El Universal.
El hecho contado en la tercera historia, Auto de fe, es enteramente un acto de venganza de una prostituta, en contra de un miembro de las más altas esferas del poder político y social, capaz de cometer impunemente uno de los más aberrantes delitos, como lo es la pedofilia. Trinidad Ramírez, someterá a José Luis a pagar por sus culpas, de una manera intensamente cruel y descarnada.
Este compendio también nos ofrece cuentos que abordan la contemplación y otras maneras de acercarnos a los restos de los muertos. Tumba viva, se desarrolla en Guanajuato, un estado famoso por la posibilidad de contemplar cadáveres momificados y es justo en este el ambiente en el que el protagonista se desenvuelve.
La soledad de lo lejano es el cuento con el que la autora cierra el libro, tratando el tema contrabando de los huesos para trabajos de santería y el ritual prehispánico Choo Ba'ak, aun vigente en Campeche, en donde después de tres años de haber enterrado al difunto, sacan su osamenta de la tierra para limpiarla y depositar en una caja adornada con una manta tradicional.
Si algo puede garantizarse con la lectura de este libro, es la imposibilidad de que el lector permanezca indiferente. Los ocho cuentos que lo conforman son capaces de perturbar, incomodar y estremecer a cualquiera. Lola Ancira nos deja claro con estas historias, que más allá de lo insólito y lo paranormal, el verdadero terror está en el ser humano y la violencia que nos asecha día a día.
Comentarios