“La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos.“
Miguel de Cervantes.
Julián Herbert. Acapulco 1971. Poeta, novelista, cuentista, ensayista, narrador.
Hace poco más de una década EL HOMBRE se sentó al filo de la cama de un hospital para procurar asistencia a su madre enferma de leucemia. En ese edificio donde la salud escasea, EL AUTOR identificó elementos narrativos y desde la espera doliente se desdobló para escribir pasajes de su vida con Guadalupe Chávez, su madre, y con Marisela Acosta, la versión prostituta de su madre, que al paso de un año y frente a sus ojos se desgastó, sin reparo, hacia la muerte.
Ha escrito otros, pero Canción de tumba, es de sus libros más entrañables porque comparte desde el Yo y se desnuda frente al lector. Ahora lo observa como un libro lejano, incluso, hasta mal escrito, pero Herbert reconoce que, por un mecanismo de empatía, esa novela ha acercado a más adeptos a su literatura.
Merecedora del Premio Jaén de Novela 2011 y el Premio de Novela Elena Poniatowska 2012, Canción de tumba también es poesía. Frases como “si te dedicas a cuidar a un enfermo te arriesgas a vivir en el interior de un cadáver”, son muestra del espíritu poético que posee el autor acapulqueño que está convencido de que la literatura no es más que pulir el dolor a través de la palabra escrita.
Por eso, cuando su madre entró a urgencias, Julián ingresó a una página de Word y en la penumbra en la que velaba el delirio de la que en momentos le parecía una desconocida, comenzó a escribir. No pensaba en receptores, escribía sólo para él mientras se preguntaba “¿qué será de estás páginas si mi madre no muere?”.
Un retrato de su vida con ella, y retazos de su infancia y juventud, así como también una radiografía de un México corrupto, violento y pobre, Canción de tumba también es la oda a una madre decadente que amó bajo estándares poco habituales a un hijo que entre los pasajes más emotivos y contrastantes del libro escribe: “Durante esos años me di religiosamente cada día un instante de odio para ella con la misma devoción con la que otros rezan el rosario. Que la odié de nuevo algunas veces en la década siguiente pero ya sin método ya solo por inercia: sin horarios. Que la he amado siempre con la luz intacta de la mañana en que me enseñó a escribir mi nombre”.
2008, se lee en el compendio: después de “un año entero de dolor lúcido”, en la sala de terapia intensiva del Hospital Universitario de Saltillo, Julián Herbert susurró a Guadalupe Chávez casi en su último suspiro: “Te amo. Soy el hijo de mi madre”…
2022, Feria Internacional del Libro Monterrey. El también autor de Ahora imagino cosas despliega memorias y comparte lo que esa Canción de tumba, en tiempo presente, aún le susurra...
Escribes Canción de tumba viviendo con la idea de la muerte del otro ¿cómo fue narrar frente a la imagen de un cuerpo doliente?
Voy a inventar algo porque el libro lo escribí hace más de 10 años. Han pasado muchas cosas, el proceso me queda un poco lejos, lo que creo es que, por una parte, siempre he trabajando en la construcción de la experiencia directa y el ejercicio de la literatura autobiográfica es muy importante para mí. Lo primero es eso, y también que la literatura autobiográfica sólo tiene sentido como espejo, como lectura del otro. De alguna manera ese libro es como la piedra angular de lo que yo estaba tratando de hacer sin saberlo muy claramente, y lo que pasó, digamos, es que la realidad me atropelló. El libro yo empecé a escribirlo sin pensar que era una novela, era más bien como una carta y en el proceso de enviar esa carta de manera electrónica, me di cuenta que había una narrativa y lo que me interesaba era la voz. Sobre todo, yo creo que es eso, lo difícil es encontrar la voz, el tono para escribir un libro, para mí eso es lo más difícil.
La enfermedad de tu madre es del hilo que jalas para desdoblar pasajes de tu vida, sin embargo también realizas diversas criticas sobre un México corrupto y violento. ¿Por qué hilvanar estos dos escenarios?
Ahora que le dieron el nobel a Annie Ernaux, ella decía que era una etnográfa de sí misma y a mí me hace mucho sentido porque no creo que la vida de nosotros sea especial per se, creo que está atravesada por la red de quienes somos en los demás y con los demás y eso incluye una visión de país y una visión de sociedad. La idea está conectada con esa interpretación sociológica digamos, pero también esta relacionada con la noción mítica que en eso momento no la vi, pero ahora la alcanzo a ver que es la imagen del Rey Arturo que el cuerpo es la tierra, el cuerpo es el país y esa sensación de que el proceso de la muerte de la madre es de algún modo la muerte de la patria.
Casi siempre se acompaña al enfermo desde el silencio, sin embargo tu vuelves a la espera activa y la envuelves de signos como una manera de salvarte a ti mismo. ¿Cómo fue ir rescatando tus memorias en medio de la asistencia que le procuras a tu madre?
Parte de esa manera de subrayar la narrativa tiene que ver con procesos que vinieron después. Porque la lectura del cuidado se volvió muy significativa en el último lustro. Han aparecido muchos libros relacionados con el tema del cuidado, para mí era un ejercicio, primero, por una parte mucho más existencial como la mecánica misma de la vida y por otra parte, también creo que está menos relacionado con la idea del cuidado como concepto y más relacionado con una visión estética del mundo. Lo que no creo es que haya una retórica intencional en el libro acerca del cuidado, no, lo que creo es que el proceso del cuidado me dio una herramienta narrativa. En realidad todo el tiempo estaba yendo y viniendo entre la noción de cómo convertir el lenguaje en un proceso vital.
¿Pules tu dolor a través del ejercicio de la palabra escrita?
Toda la literatura se trata de pulir el dolor a través de la palabra escrita. En mi caso, se trata de una experiencia personal y creo que el hecho de la figura materna vista desde los ojos masculinos (ahora lo veo) en ese momento fue algo muy particular, pero es algo que ha estado ahí, para mí está conectado con mi propia tradición de escritura y también de lectura. Esta conectado por ejemplo con el Diario del dolor de María Luisa Puga que es un libro que a mí me impacto muchísimo cuando lo leí la primera vez, y en el caso de María Luisa Puga esta visto de manera autobiográfico en el propio cuerpo de ella. Si creo que parte del ejercicio de la literatura es no dejar que el dolor se desvanezca, es decir, la presencia del dolor en la experiencia de la vida, creo que es muy importante como proceso de educación.
¿Fue, en ese momento, la literatura generosa contigo?
La literatura siempre ha sido generosa conmigo, siempre, es lo más cercano a la madre que me queda.
En varios momentos compartes la idea de no saber si lo que escribes en esa atmósfera de hospital podría resultar un libro. Entonces ¿cuál fue la razón de que continuaras tecleando?
Eso también forma parte del truco literario porque parte de eso está construido después de que ya sabía como acababa el libro. Eso, de algún modo, es tratar de revivir en el texto una sensación que si tuve en el proceso de la escritura, digamos como ir experimentando la historia que está narrada. Esto es bien difícil de decir en una entrevista, como la distancia que hay entre las capas de escritura y el proceso vital de construir la escritura como lenguaje interiormente. No sé como precisarlo en breve, lo que te podría decir, es que esa sensación de expectativa que uno se genera para mí tiene que ver con la noción poética cognitiva que la sensación de la literatura es más viva en la medida que uno puede trasladar a ella el proceso neurológico que le da origen, entonces no es idéntica, pero de alguna forma es como tratar de sacarle, más que una foto, es sacarle una radiografía.
Me llamó la atención el retrato que haces de tu madre, a veces en un tono frío, cruel, pero en otros momentos sumamente bello y emotivo. ¿Es lenguaje del amor?
Sí claro. Para mí la experiencia de escribir ese libro está llena de muchas cosas: un primer borrador demasiado cerca y dolido, con una experiencia muy inmediata de la realidad y luego tiene esa otra capa de distanciamiento. En realidad creo que la mejor manera de experimentar el dolor y el amor y todos esos sentimientos intensos que nos da la vida es construir un lenguaje con ellos y en la construcción del lenguaje necesariamente implica un grado de mentira y de fantasía y de distancia. Yo lo que aprendí, en realidad del teatro Bertolt Brecht, es que en este ejercicio de distanciamiento existe una forma de construir una sátira, una cierta ironía y me parece, en mi experiencia como escritor y en mi convicción como escritor, que ni el dolor por sí solo, ni el chiste por sí solo tienen sentido, están vaciados de una parte esencial. La sensación de reír a través de las heridas es la que cobra sentido.
“Mientras pueda teclear podré darle forma a lo que desconozco y, así, ser más hombre”, escribes casi al principio de este ejercicio autobiográfico. ¿continúas regido en esa idea?
Mi vida a cambiado mucho y mis procesos de escritura han cambiado mucho. Por ejemplo eso que está puesto ahí como una experiencia de estar tecleando ya no funciona así para mí porque ahora escribo de otra manera. Ahora escribo mucho más en la mente antes de bajar al papel, entonces la noción si es la misma, pero mi relación fisiológica orgánica cambió, porque cambié mi rutina y mis hábitos, para empezar en la época en la que escribí eso bebía dos botellas de vodka y ahora corro seis kilómetros todas las mañanas entonces la relación con la mente y con el cuerpo es distinta.
¿Qué papel jugó la honestidad en este desdoblamiento que haces de ti mismo?
Creo que la verdadera honestidad es una fidelidad al momento, al proceso real, la honestidad tiene muchas capas. Acabo de leer un artículo que salió en New Yorker sobre cómo las personas nos construimos la experiencia de la vida, y básicamente, dice, no todos nos construimos el Yo de la misma manera, hay personas que tienen un Yo único, es como un gran arco y desde niños hasta ser adultos se ven en una misma unidad y otras personas, (se lee en el artículo), construyen esto de manera episódica, yo formo parte del segundo grupo, veo mi vida como al experiencia de ver mi infancia o mi adolescencia como si estuviera viendo la vida de un personaje de la literatura. También la honestidad, es eso, aceptar que tienes un distanciamiento casi esquizofrénico contigo mismo.
A 11 años de su publicación y haber sido merecedora de dos importantes premios literarios que te susurra actualmente esa Canción de tumba.
Primero es un libro que veo muy lejos como escritura. Suelo releer cosas por distintas razones, porque tienes que leerlas en público por ejemplo. Hace un par de años hice un disco para Voz Viva de México de pasajes de este libro y fue muy extraño para mí leerlo porque la sensación es que no está bien escrito (risas). Es la primera sensación que me da, el ritmo no funciona en algunos pasajes, me pongo hipercrítico y también como que mi mente está en otros lugares y en otras visiones de la literatura. Pero al mismo tiempo, es un libro que me ha acercado a otras personas, es un libro con el que estoy muy agradecido y también creo que para mí el recuerdo de mi madre ya no puede ser puro, ya está atravesado por la escritura de esa novela, de algún modo también está cargado de eso, y del otro lado es una llave de comunicación con otros seres humanos, porque la experiencia de la muerte de la madre me ha conectado profundamente con otras personas que también han pasado por un proceso igual, es decir, el de la pérdida de la madre que es muy intenso. Entonces… (a Canción de tumba) como objeto literario lo veo muy lejos, pero como mecanismo empático con otros seres humanos sigue estando muy presente en mi vida.
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