Aunque es ya un lugar común preguntar qué libros te llevarías a una isla desierta, lo cierto es que pocas veces se encuentra uno en esa situación. El año pasado me ocurrió a mí. A fines de julio viajé a las Islas Marías a impartir un taller literario con jóvenes escritores. Estuvimos incomunicados en la isla durante dos semanas: sin Internet, sin televisión y sin señal en los teléfonos celulares, conviviendo día y noche en un espacio que, hasta hace un par de años, era un penal de máxima seguridad. Estos son tres de los libros que llevaba en mi maleta:
1. Los muros de agua, de José Revueltas. Escrita cuando el autor tenía 26 años de edad, la novela recrea el ambiente que privaba entonces en las islas. En trece capítulos, el autor hace énfasis en un grupo de cinco presos políticos (Ernesto, Marcos, Prudencio, Santos, Rosario). Otro de los personajes destacados es “El Miles”, reo con mucha fuerza física que se gana la simpatía de los lectores por su aguante a toda prueba.
No es arriesgado pensar que la madurez en el tratamiento de los temas proviene de que Revueltas conoció de primera mano en el archipiélago donde estuvo recluido más de un año. Así, su visión de las dinámicas internas del penal no es maniquea: no cede a la tentación de retratar un contrapunto entre autoridades y presos, pues sabe que toda prisión es un complejo entramado de intereses y relaciones en donde hay distintas fuentes de autoridad y de poder.
2. Islas Marías, de Martín Luis Guzmán. Publicada en 1963 como base para una película, es un texto que recrea la dura vida en esta prisión durante la primera mitad del siglo XX. La historia ocurre alrededor de 1934. Los protagonistas son: León Grande del Hierro, alias “El Chora”: recluso grande y fornido, preso por tres asesinatos, entre ellos el de su esposa y el de su propio hijo. Jaime del Moral, alias “El Profesor”, sentenciado por su supuesta participación en el asesinato de Álvaro Obregón, presidente electo de la República Mexicana en 1928. A lo largo del texto, Guzmán describe los trabajos forzados en las minas de sal, en la construcción y reparación de caminos, en las caleras y en el campamento de trabajos forzados de Arroyo Hondo. Describe también las torturas y golpizas a las que eran sometidos los internos que se negaban a trabajar.
Otro personaje clave en la novela es Elisa Blanco, joven experta en temas de criminología que visita las islas en papel de inspectora. Su misión es hacer un informe detallado que permita al gobierno reformar el régimen del penal y darle un carácter más humanitario, lo que me hace pensar que no es la primera vez en que el gobierno trata de cambiar el signo de este sitio. Como bien lo anuncia el subtítulo, Islas marías es un drama que incluye pasajes de tortura, un sangriento motín y varios triángulos amorosos. Pero, bajo ese argumento, subyace el viejo debate entre la justicia punitiva y la justicia restaurativa.
3. La Fuga, de Carlos Montemayor. Esta novela de Carlos Montemayor acusa un laborioso trabajo de investigación y documentación. Hay mucho trabajo de campo. Abundan los pasajes crudos, brutales como cuando un joven es mordido por una nauyaca y sin pensarlo se amputa la mano de un machetazo: preferible perder la mano que perder la vida.
La historia es protagonizada por dos hombres que han sido recluidos injustamente en las Islas Marías y deciden fugarse: el primero, conocido entre los reos con el apodo de Mono Blanco, es un hombre que “no tiene letras, pero está muy paseado y sabe mucho de mares”. Aunque nunca sabemos de bien a bien por qué ha caído aquí, hay razones para sospechar que se dedicaba al contrabando por vía marítima. El otro protagonista es Ramón Mendoza, guerrillero sobreviviente al asalto al cuartel Madera. La novela, entonces, es una continuación de otra novela de Montemayor: Las Armas del Alba, libro que reconstruye en clave literaria los hechos ocurridos el 23 de septiembre de 1965, en Ciudad Madera, Chihuahua, donde un puñado de guerrilleros atacó el cuartel militar.
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