La tragedia del agua
Reportaje

La tragedia del agua

Crisis global que amenaza la vida futura

De acuerdo con las Naciones Unidas y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), dos mil 200 millones de personas carecen de acceso a servicios de agua potable gestionados de forma segura y al menos dos mil millones de personas dependen de centros de atención de la salud que carecen de servicios básicos de este vital líquido.

La tragedia de esta crisis es su efecto sobre la vida cotidiana de las poblaciones pobres, que sufren el peso de las enfermedades relacionadas con el agua, viviendo en entornos degradados y a menudo peligrosos, luchando por conseguir una educación para sus hijos, por ganarse la vida y por solventar a sus necesidades básicas de alimentación.

El estado de pobreza de un amplio porcentaje de la población mundial es a la vez un síntoma y una causa de la crisis del agua. El hecho de facilitar a los pobres un mejor acceso a un agua mejor gestionada, puede contribuir a la erradicación de la pobreza, según el Informe de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos en el Mundo.

Resolver la crisis del agua es sólo uno de los diversos desafíos con los que la humanidad se enfrenta en este tercer milenio y ha de considerarse en este contexto.

Aunque el agua es el elemento más frecuente en la Tierra, únicamente 2.53 por ciento del total es agua dulce y el resto es salada.

Aproximadamente las dos terceras partes del agua dulce se encuentran inmovilizadas en glaciares y al abrigo de nieves perpetuas.

Los recursos hídricos son renovables (excepto ciertas aguas subterráneas), con enormes diferencias de disponibilidad y amplias variaciones de precipitación estacional y anual en diferentes partes del mundo. La precipitación constituye la principal fuente de agua.

Esta precipitación es recogida por las plantas y el suelo, se evapora en la atmósfera mediante la evapotranspiración y corre hasta el mar a través de los ríos o hasta los lagos y humedales. El agua de la evapotranspiración mantiene los bosques, las tierras de pastoreo y de cultivo no irrigadas, así como los ecosistemas.

El ser humano extrae un ocho por ciento del total anual de agua dulce renovable y se apropia del 26 por ciento de la evapotranspiración anual y del 54 por ciento de las aguas de escorrentía accesibles.

El consumo de agua per cápita aumenta (debido a la mejora de los niveles de vida), la población crece y en consecuencia el porcentaje de agua objeto de apropiación se eleva.

Si se suman variaciones espaciales y temporales del agua disponible, se puede decir que la cantidad de agua existente para todos los usos está comenzando a escasear y ello nos lleva a una crisis del agua. Por otro lado, los recursos de agua dulce se ven reducidos por la contaminación. Unos dos millones de toneladas de desechos son arrojados diariamente en aguas receptoras, incluyendo residuos industriales y químicos, vertidos humanos y desechos agrícolas (fertilizantes, pesticidas y residuos de pesticidas).

Aunque los datos confiables sobre la extensión y gravedad de la contaminación son incompletos, se estima que la producción global de aguas residuales es de aproximadamente mil 500 kilómetros cúbicos.

Sin embargo, si un litro de aguas residuales contamina ocho litros de agua dulce, la carga mundial de contaminación ascendería a 12 mil kilómetros cúbicos. Las comunidades más pobres resultan las más afectadas, con un 50 por ciento de la población de los países en desarrollo expuesta a fuentes de agua contaminadas.

A esto se suma la incertidumbre que generan los efectos del cambio climático en los procesos hídricos.

Las estimaciones recientes sugieren que el cambio climático será responsable de alrededor del 20 por ciento del incremento de la escasez global de agua.

Satisfacer las necesidades básicas, el reto

Las enfermedades transmitidas por el agua que originan dolencias gastrointestinales son causadas por beber agua contaminada; las enfermedades transmitidas por vector, por ejemplo la malaria y dengue, provienen de insectos que se reproducen en ecosistemas acuáticos; las enfermedades que desaparecen con el agua están causadas por bacterias o parásitos adquiridos cuando no se dispone de suficiente agua para la higiene básica.

A inicios de siglo, la tasa de mortalidad estimada por diarreas relacionadas con la falta de sistemas de saneamiento o de higiene y por otras enfermedades relacionadas con el saneamiento del agua fue de dos millones 213 mil personas.

Según una estimación, la malaria sería responsable del deceso de un millón de individuos.

Más de dos mil millones de personas quedaron infectadas en el mundo por esquistosomas y helmintos transmitidos por el suelo, de las cuales 300 millones sufrieron una enfermedad grave.

La mayoría de los afectados por mortalidad y morbilidad relacionadas con el agua son niños menores de cinco años. El peso de estas enfermedades es en gran parte evitable y a esto se suma que las vacunas contra la mayor parte de las enfermedades relacionadas con el agua, incluyendo la malaria, el dengue y las infecciones gastrointestinales, son inexistentes.

Hoy en día, de acuerdo con la Unicef, mil 100 millones de personas carecen de instalaciones necesarias para abastecerse de agua y dos mil 400 millones no tienen acceso a sistemas de saneamiento. En el círculo vicioso de la pobreza y la enfermedad, el agua y el saneamiento insuficientes constituyen a la vez la causa y el efecto entre aquellos que no disponen de un suministro de agua suficiente.

Si el abastecimiento de agua y el saneamiento básico fueran ampliados a aquéllos que hasta el día de hoy no conocen esos servicios, se estima que la carga de enfermedades como son las diarreas infecciosas se reduciría en un 17 por ciento anual.

Protección de los ecosistemas

Los daños ambientales originan un incremento de los desastres naturales, pues las inundaciones aumentan allí donde la deforestación y la erosión del suelo impiden la neutralización natural de los efectos del agua.

El drenaje de humedales para la agricultura (de los que se perdió el 50 por ciento durante el siglo veinte) y la disminución de la evapotranspiración (por desmonte de tierras) causan otras perturbaciones en los sistemas naturales con graves repercusiones sobre la futura disponibilidad de agua.

En ese sentido, la biodiversidad de las aguas interiores acusa una merma general debido principalmente a alteraciones del hábitat, lo cual se puede considerar como una prueba de la degradación del ecosistema.

El reconocimiento de estos desafíos ambientales ha aumentado el interés y la participación de instituciones gubernamentales y no gubernamentales (ONG) en la restauración de la ecología. Esto puede ser percibido principalmente en entornos locales, donde las ciudades de diversos países captan el vital líquido fuera de los límites de su geografía, y esto se considera un problema al destacar que, de acuerdo con censos captados a través de Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud, al menos el 48 por ciento de la población mundial vive en grandes ciudades y pueblos, donde el aumento de la densidad población complica el acceso al agua.

La buena gestión del agua en las ciudades es una tarea compleja que requiere, por un lado, la gestión integrada de los suministros de agua tanto para necesidades domésticas como industriales, el control de la contaminación y el tratamiento de las aguas residuales, así como la gestión del caudal pluviométrico (incluyendo el agua de tormentas), la prevención de inundaciones y el uso sostenible de los recursos hídricos. Cabe sumar la cooperación con otras administraciones que comparten la cuenca del río o la fuente de aguas subterráneas, como son los casos de México y Estados Unidos, con las cuencas del Río Bravo y el Río Colorado.

El Informe global de evaluación del suministro de agua y del saneamiento, publicado en el 2000 por la Organización Mundial de la Salud y la Unicef, especifica que un suministro razonable de agua debe corresponder a 20 litros mínimos por persona por día, procedentes de una instalación situada a menos de un kilómetro de la vivienda del usuario.

Estas indicaciones dan referencia a efectos de control, donde en un asentamiento precario densamente poblado, de aproximadamente 100 mil habitantes, este tipo de acceso no puede por cierto considerarse suficiente.

La confiabilidad y regularidad del abastecimiento urbano de agua en países de bajos ingresos son, con frecuencia, deficientes, el agua es de mala calidad y su precio prohibitivo cuando se compra.

En lo que concierne al saneamiento, las letrinas de foso y los inodoros compartidos no son adecuados en zonas urbanas debido a que con frecuencia están mal mantenidos y sucios, a los niños les resulta difícil usarlos y el precio para una familia pobre es incosteable.

Ante esto, habitantes de zonas urbanas marginadas en países de Asia, África, América Latina y África suelen defecar al aire libre o en una bolsa o envoltura, que se arroja luego a la basura y, por consiguiente, pasa a las zonas de captación de agua, contaminándolas.

El acceso a datos exactos sobre la calidad y existencia de suministro de agua y saneamiento en las ciudades de muchos países de bajos ingresos es complicado de obtener, de acuerdo con la Organización Mundial de Salud, y constantemente se acusa que las cifras podrían estar maquilladas por las propias autoridades gubernamentales.

Ganadería y agricultura, desafíos de la crisis

Las labores de campo responden a la principal fuente de acceso de alimentos en todo el mundo, sin embargo, la guerra y la sequía prolongada en diversos países provocada por los efectos del cambio climático han volcado la balanza a acciones sustentables.

Con una agricultura no controlada se logra alimentar a unos 500 millones de personas; por eso, para alimentar la población mundial actual de 6 mil millones de personas es necesario recurrir a la agricultura sistemática.

La agricultura es, a nivel local, el epicentro de diversos sistemas económicos rurales.

Para producir las dos mil 800 calorías por persona y por día que requiere una nutrición adecuada, se necesita un promedio de mil metros cúbicos de agua. La mayor parte de la agricultura depende de la lluvia, pero las tierras de regadío representan alrededor de una quinta parte de la zona cultivable total de los países en desarrollo, a esto se suma que las principales zonas de cultivo no se encuentran en áreas del globo donde la lluvia sea abundante.

Los países desarrollados cuentan con alrededor del 25 por ciento de las zonas irrigadas del mundo. Puesto que la población de estos países crece lentamente, la mayor parte del desarrollo en materia de regadíos se ha de llevar a cabo en el mundo en desarrollo, donde el crecimiento demográfico es elevado y cuyo consumo de agua es alto, pero su acceso es precario.

De acuerdo con las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud, las aguas residuales constituyen una importante fuente de agua de riego, ya que en alrededor del 10 por ciento del total de las tierras de regadío de los países en desarrollo se utiliza este recurso. Esto beneficia directamente a los agricultores donde el agua es escasa, puede mejorar la fertilidad del suelo y reducir la contaminación de las aguas receptoras corriente abajo.

Aunque las aguas residuales deberían recibir tratamiento para ser utilizadas como agua de riego, en países de bajos ingresos se usan frecuentemente en forma directa, sin tratar, con los riesgos que ello comporta en términos de exposición de trabajadores y consumidores a parásitos bacterianos y virales, así como a contaminantes orgánicos, químicos y de metales pesados como lo es el arsénico

Las cosechas cultivadas con aguas residuales sin tratar no pueden exportarse y su acceso a los mercados locales está restringido, al menos parcialmente.

Es probable que el uso de aguas residuales tratadas en zonas urbanas aumente en el futuro para regar árboles.

El comercio de productos alimenticios sigue siendo marginal en comparación con la producción doméstica global.

Los países en desarrollo importaron 39 millones de toneladas de cereales a mediados de los años setenta, sin embargo, esta cifra se ha mermado a raíz de la guerra entre Rusia y Ucrania, quienes controlan el 20 por ciento de las exportaciones de estos productos a nivel global. Se calculó que en 2015 esta cantidad aumentó hasta 198 millones de toneladas y para el año 2030, serán de 265 millones de toneladas.

El acceso a los mercados de exportación es un factor clave del desarrollo sostenible de las economías de predominio agrícola. Los costos de desarrollo del regadío oscilan habitualmente entre mil y 10 mil dólares por hectárea tan sólo en Estados Unidos.

Los costos futuros de inversión total anual, de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en todo el mundo se estiman en 25 mil a 30 mil millones de dólares, si se incluye la expansión de las zonas de regadío, la rehabilitación y modernización de sistemas existentes y la instalación de depósitos adicionales de agua.

El uso eficiente del agua de riego, actualmente situado alrededor del 38 por ciento en todo el mundo, debería mejorar lentamente hasta alcanzar un promedio del 42 por ciento en 2030, aunado a la tecnología y a una mejor gestión del agua de riego.

La reforma indispensable de la gestión del agua de riego (para mejorar los resultados, lograr una mayor equidad en la distribución, en la participación de los interesados y en la eficiencia del uso del agua) está ya en marcha en países como México, China y Turquía.

Pese a esto, al menos 777 millones de personas sufren de subalimentación en los países en desarrollo y no es probable que esta situación pueda reducirse a la mitad antes del 2030.

Más que por causa de una inseguridad relativa al agua, esta situación tiene su origen en conflictos nacionales. La producción agrícola ha crecido más rápidamente que la población mundial en las últimas décadas, y nada indica que esta tendencia vaya a variar.

Industria, principal consumidor

La industria requiere recursos suficientes de agua de buena calidad como materia prima básica para operar eficientemente, no obstante, laxas supervisiones por parte de gobiernos nacionales y locales han sido cómplices de grandes desperdicios de agua o, el uso de líquido contaminado.

Actualmente, se estima que el uso anual global de agua por parte de la industria aumentará de una cantidad aproximada de 725 kilómetros cúbicos de 1995 a unos mil 170 kilómetros cúbicos en 2025. El uso industrial representará un 24 por ciento del consumo total de agua. Gran parte de este aumento se lleva a cabo en países en desarrollo con fase de crecimiento industrial acelerado.

Los indicadores que sirven para medir el efecto que tiene la industria sobre el agua no son aún lo suficientemente confiables porque se basan a menudo en datos incompletos, indirectos o incompatible, pues usualmente contrastan con las dadas por las cámaras industriales y las de los Gobiernos.

El aumento de la demanda industrial de agua podrá ser atendido solamente si se articulan una oferta correctamente analizada y una gestión racional de la demanda, tanto en el sector público como en el privado.

La formación en materia de gestión de la demanda, combinada con la transferencia de tecnología, puede beneficiar al medio ambiente y mejorar el rendimiento económico de las empresas.

En ese sentido, las empresas deberán también invertir en otras fuentes de energía para permitir que la población acceda al suministro hídrico de buena calidad.

Desastres naturales, otra problemática hídrica

El número de víctimas de diversos desastres naturales aumentó de 147 a 211 millones por año entre 1991 y 2000.

En el mismo período, más de 665 mil personas perecieron en dos mil 557 desastres naturales en todo el mundo, de los cuales más del 90 por ciento tuvieron que ver con el agua.

Las inundaciones representaron alrededor de un 50 por ciento, las enfermedades transmitidas por el agua y las sequías un 11 por ciento.

Las inundaciones causaron un 15 por ciento de decesos y las sequías un 42 por ciento de las pérdidas de vidas humanas causadas por todo tipo de desastres naturales, según la Organización Mundial de la Salud y la Unicef.

A ello se suma el que las pérdidas económicas derivadas de las catástrofes naturales aumentaron de 30 mil millones de dólares a 70 mil millones de dólares tan solo entre 1990 y 1999.

De los desastres naturales registrados a nivel global, Asia reportó en ese periodo un 35 por ciento de estos, mientras que América el 20 por ciento.

La falta de preparación ante el desastre y de métodos eficaces de mitigación de sus efectos se hace sentir en el mundo entero.

Ello radica en que la reducción de riesgos no constituye una parte integrante de la gestión de los recursos hídricos, considerada principalmente como un problema técnico no relacionado con los factores que obligan a las poblaciones a instalarse en zonas arriesgadas. Cabe mencionar que la falta de voluntad política ha contribuido notablemente al estado actual de la situación.

Una serie de factores económicos, institucionales, jurídicos y comerciales dificultan la adopción de una gestión más eficaz del riesgo.

Existe una relación entre recursos hídricos, variabilidad climática y riesgo; la inversión para atenuar los riesgos es necesaria, aunque más no fuera porque el riesgo disminuye la propensión a invertir, pero además porque las ventajas que existen en los países que se adaptan a los efectos de las conmociones inducidas por el agua en sus economías son elevadas.

El reto: compartir el agua

De acuerdo con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, el agua debe compartirse fundamentalmente de dos maneras: entre sus diferentes usos (energía, ciudades, alimentación, medio ambiente, etc.), y entre los diferentes usuarios (regiones administrativas o países que comparten una misma cuenca o acuífero).

El caudal de agua que utilizan muchas regiones, ciudades y países depende de usuarios aguas arriba. Los usuarios aguas abajo están sujetos a la acción de los usuarios río arriba. A la inversa, ciertos países pueden verse obligados a satisfacer las exigencias de países situados aguas abajo. Una gestión equitativa y sostenible del agua común requiere instituciones flexibles y holísticas, capaces de responder a variaciones hidrológicas, cambios socioeconómicos, valores de la sociedad y, especialmente en el caso de cursos de agua internacionales, cambios de régimen político.

Las medidas que se usan para repartir el agua entre los diversos usos posibles incluyen: una estrategia nacional y/o legislación sobre asignaciones, así como de acciones entre una o más naciones.

Existen hoy en día 261 cuencas internacionales y 145 naciones poseen territorios en cuencas compartidas. Aunque sus límites rara vez coinciden con los límites administrativos existentes, se progresa tras una legislación e instituciones apropiadas.

En los últimos 50 años se han firmado 200 tratados relativos a los distintos cursos fluviales internacionales (excluyendo el tema de la navegación).

Estos acuerdos siguen siendo imperfectos por falta de medidas relativas a la repartición de los recursos acuáticos; especificaciones insuficientes sobre la calidad del agua; falta de dispositivos para el control, aplicación y resolución de conflictos y no inclusión de todos los países ribereños.

Cabe recalcar que, más probable que un conflicto violento, lo que puede afectar la estabilidad interna de una nación o región y aumentar la tensión ribereña es el deterioro de la calidad o la cantidad del agua.

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