Tras unos días de discutir, tras mucho pelear, mucha rebeldía y mucho confrontarme con mi padre, fuimos al concierto de Elton John en el Estadio Azteca. Puede que durante esa época no me pareciera de lo más apasionante, pero después de un par de décadas sí que representa algo significativo: es todo un hito en mi historia como entusiasta de la música, un evento relevante, un concierto que abrió una vertiente en el valle estrecho de mis incipientes gustos musicales. Mi padre y yo nunca habíamos convivido de esa manera ni volvimos a presenciar juntos un concierto, pero luego de esa ocasión nuestro lazo afectivo se fortalecería. Mi padre era menos apasionado que yo en cuestiones de música, él escuchaba sobre todo a Paul Anka; yo por el contrario estaba enganchado a Metallica. No me hacía gracia el tal Paul, no me gustaba nada esa balada Put Your Head On My Shoulder, ni el entusiasmo que sentía mi padre por ese artista, aunque años después me di cuenta de que era yo un tarado ignorante, así que no tengo excusas.
Aquél evento coincidió con la irrepetible presentación de Ramones en el Distrito Federal. La primera vez que la banda se presentaba en nuestro país. Era una auténtica locura. Todavía más porque eran los años de frenesí roquero. El álbum homónimo de Metallica había causado la locura en el mundo del rock. Los años noventa en su deslumbrante comienzo. Como mi padre me había prohibido asistir al concierto de Ramones con un par de amigos y compañeros de la secundaria, decidió compensarme con un boleto para ver a Elton John. Está bien claro que mi padre tenía prejuicios musicales. Cuando anunció durante la cena que iríamos a ver a Elton, me di cuenta de que era realmente importante no sólo porque quería convivir conmigo, sino porque eso quería decir que mis preferencias musicales causaban en él sentimientos negativos.
La primera vez que escuché a Elton John fue durante ese concierto y también fue mi debut como asistente en la lista de presentaciones en vivo. El tour llevaba el nombre de su entonces reciente álbum titulado The One. Esa noche no sólo aprecié la música de Sir Elton, además conviví con mi padre como nunca. Bebimos cerveza juntos, tarareamos las canciones, aplaudimos y gritamos. Fuimos felices. Cuando terminó el concierto quedé fascinado. Mi padre rompió el iceberg que se interponía entre nosotros, pero eso no duró mucho porque sus prejuicios fueron más fríos que los breves rayos de sol que nos proporcionaron calor.
La primera vez que me enamoré fue unos meses antes de que se presentara Elton John en México. Había conocido a quien sería la mejor amiga de mi hermana Luisa. Ella estudiaba en el Instituto Motolinia, en la colonia Del Valle; esa compañera suya había ido a nuestro departamento por invitación de Luisa, y no sé cómo nos pusimos a hablar. Creo que me enamoré de ella en un instante. Ahora que recuerdo le dediqué esa canción que fue el primer sencillo del álbum que presentaba Sir Elton: The One. Esa semana salimos varias veces Cynthia y yo siempre acompañados por Luisa. Creo que los dos intentamos demostrar, como les pasa a los adolescentes recién enamorados, que nos moríamos de ganas por estar juntos. Cuando Luisa por fin nos dejó solos, nos besamos con pasión. No fue mi primer beso, pero sí el más intenso que había dado. Fuimos una pareja entrañable. Nos enamoramos y desenamoramos. Terminamos y volvimos. Ahora ambos estamos casados y nos tenemos cariño. Esta mañana me acordé de aquél año porque escuché una playlist de Sir Elton John.
Así pues, abro una ventana en el navegador de internet, busco en Google información sobre aquél legendario concierto. Me llevo una grata sorpresa. Ahora recuerdo con más claridad esa noche. Resulta que mi padre, como mencioné, me permitió beber cerveza. Sucedió porque estaba verdaderamente emocionado cuando Elton comenzó a interpretar el cover de Queen The Show Must Go On. No estoy seguro pero creo que mi padre intentaba demostrar que podía ser cool. No es que fuera un ogro, cargado de antipatía o especialmente severo; fue más cuestión de falta de entendimiento, de camaradería. Por primera vez había sentido como si estuviera conectado con mi padre, en vez de estar confrontados, como suele suceder cuando uno es adolescente y pretende pasar el día entero enfadado con sus familiares. Sí, ya sé que puede parecer un lugar común; ya sé que es totalmente infantil, que es común, ya lo sé. Pero cuando estás metido en los primeros años de adolescencia, entre los doce y quince, cuando las aventuras de secundaria son lo mejor que te ha pasado y cuando tienes novia por primera vez, no te das cuenta de que no puedes pedir nada más a esta vida.
Comentarios