Una noche, Raquel Castro empezó a soñar con zombis. Ese mismo momento, una ficcionalizada Raquel Castro exigía la construcción de un túnel de emergencia para escapar ante el inminente y posible ataque de zombis en la Ciudad de México. La noche siguiente, esa ‘personaja’ se lleva a su esposo, sus gatos y vuela a Iztapalapa cuando comienza el ataque… (silencio triunfal). El ataque de los zombis (parte mil quinientos) es una colección de cuentos juveniles publicado en el 2020 por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) como parte de la colección Hilo de Aracne, una línea dedicada al público adolescente. Con un gran entusiasmo, la autora establece un manifiesto de la conflictiva naturaleza humana: es un cuerpo monstruosamente chusco. Y esa tesis la proyecta a través de su pluma, desde pirañas-humanas, hasta fantasmas (además de los zombis), son los protagonistas de estos cuentos.
Raquel Castro es una guionista, escritora, promotora cultural y periodista mexicana. Su trabajo se destaca por la publicaciones de literatura juvenil e infantil en diversos medios. Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo de México en 2000 y 2001 cuando era parte del equipo del Programa Diálogos en Confianza de Canal 11 del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Actualmente trabaja en el Archivo histórico del Centro de Documentación e Investigación Judío de México (CDIJUM). Su labor como divulgadora cultural abarca la columna El país de las maravillas sobre literatura juvenil en el periódico La Jornada Aguascalientes, y el canal de YouTube Alberto y Raquel donde comparte materiales narrativos alternativos como la creación de cuadernos de literatura, fanzines y cómics.
Háblame un poco más sobre este proyecto. ¿Cómo es que surge El ataque de los zombis: (Parte mil quinientos)?
En literatura de la UNAM decidieron hacer una colección juvenil. Una idea que me parece buenísima y que se habían tardado mucho. Tienen un público juvenil cautivo, desde los chicos que entran a prepa y CCH (Colegio de Ciencias y Humanidades), hasta los universitarios. ¿Qué edad tiene uno cuando acaba la universidad?, sigue siendo un público juvenil. No había algo que fuera literatura juvenil. Entonces, Socorro Venegas, que está a cargo de literatura de la UNAM, nos invitó a varios autores a participar. A mí, que soy muy entusiasta de la literatura juvenil, me encantó la idea. El problema era que había muy poquito tiempo para entregar materiales. Entonces, se me ocurrió que de los cuentos que tengo escritos, (que nunca había publicado en sí un libro físico de cuentos mío. Hay algunos en antologías, hay uno en una edición digital de Miami. Pero que yo tuviera mi libro de cuentos, no había tal), dije: “¡ah!, voy a seleccionar estos cuentos para proponérselos”. Abrí mi carpeta de cuentos que tengo, así mi carpeta de cuentos, donde hay una subcarpeta de cuentos ya corregidos y terminados. Primero vi que había de muchos temas y estilos. Había que tener en mente que era para un público juvenil. Entonces, opté por los que son de corte sobrenatural, fantástico y sobre eso hice las selecciones. Se los mandé a la editora. Con estas características resulta que hay cuentos del siglo pasado, literalmente. Creo que el más antiguo empecé a escribirlo como en la década de los noventa y el último, hace un par de años. Se tienen que publicar primero los temas de las afinidades. Así mandé el conjunto de cuentos.
Hablando de los cuentos, ya adentrándonos a la cuestión literaria, detecté que hay un guiño constante a la corporalidad, ¿por qué decides utilizar la corporalidad como eje principal de tu obra?
Creo que no fue algo que decidiera en sí. Diría Paul Rose, “es un accidente feliz”. Quizá es una obsesión que tengo con los sentidos. Me parece que no podemos realmente escindir lo que pensamos del envase de lo que vivimos, de los que sentimos. En particular, yo creo que como mujer, es prácticamente imposible hacer a un lado tu cuerpo. Porque todo el tiempo la visión social está puesta en tu cuerpo para bien o para mal: para decirte que ya subiste de peso, que ya bajaste, que por qué no te has pintado las canas, que ya se te ve la arruguita, que por qué esa falda tan corta, que por qué no usas una más corta… Creo que eso de alguna manera influye muy fuerte en la decisiones que tomamos cotidianamente. Desde, qué te vas a poner hoy, si vas a un lugar en la calle de noche o si no vas a traer coche. Empiezas a escoger qué zapatos te vas a poner de acuerdo a si vas a tener que correr o estar mucho tiempo parada. Esto de algún modo permea mi forma de escribir. Además, me importa mucho la cuestión de los personajes femeninos y los personajes infantiles, niños y niñas. De alguna manera, se relacionan esas cuestiones.
En esa línea de la corporalidad, hay un concepto muy interesante, el concepto de la naturaleza humana. Esto se presta a múltiples interpretaciones, por lo tanto, ¿desde qué postura, definirías esta naturaleza humana dentro de tus historias?
Está fuerte la pregunta. Yo soy muy optimista. Creo que así como tenemos esta capacidad para el mal ilimitada, la tenemos también para el bien, es cosa de uno decidir. Si antes de tomar cualquier decisión nos preguntáramos si toda la gente tomara una decisión como esta, el mundo sería un lugar mejor o peor, si nos basáramos en eso para decidir, creo que podríamos hacer mejoras bien interesantes de este mundo. Pero también es cierto que convives con el egoísmo y las ganas de irnos por lo más fácil, que alguna manera han sido uno de los motores de la civilización. Todo eso es un conflicto en mi cabeza y se ve reflejado ahí en mis historias. Pones en perspectiva las cosas, cuando dices: “hoy tuve el peor día de mi vida”. Pero mi peor día no se compara con lo que está viviendo la gente en Siria, por ejemplo, o lo que está pasando en tal lugar o tal persona a la que conozco. Digo, no para sentirse uno mal. Si te pones muy excesivo, puedes decir que es un pequeño planeta en medio del Universo. A partir de esa idea, a mí me da mucha risa la autoimportancia que nos damos. Esta cosa solemne de decir: “¡ay!, es que yo soy importante y a mí la gente debe besarme la mano y respetar y tomar en serio”. Pues no, somos una cosita, así miniatura. Creo que eso se mete mucho en mis historias. También de cómo, cualquier suceso, si lo ves con detenimiento, puede ser algo muy chistoso.
Hablando específicamente de la figura los zombis, los haces ver chuscos. Pero todavía hay un reflejo de humanidad en ellos, por ejemplo en el cuento Historia de amor. El amor es un sentimiento muy propio de la humanidad. ¿La figura del zombi ficcionalizado es un reflejo o representación de tu postura sobre la naturaleza humana?
Una de muchas. Pero sí, una de las que más me causan curiosidad, por decirlo de alguna manera. Ese cuento, empezó como una pesadilla. Yo soñé que un amigo mío tocaba la puerta y me decía: “¡déjame pasar, es que afuera están los zombis!”. Y ya que entraba, me daba cuenta de que él era un zombi. Yo decía: “¡Ay, maldito! ¡Sí sabe hablar!”. Desperté tan espantada. Cuando lo cuentas, no está tan terrible, pero mientras lo soñaba era espantoso. Como ya no pude dormir, me puse a escribirlo. Ya todo lo demás fue puro goce mío, la historia de amor como tal y demás. Una cosa que me quedé pensando era esa: ¿qué tal si los zombis no hablan porque todo el tiempo cuando eran vivos, veían películas donde los zombis no hablaban?. Y otra: ¿qué tal si todas las limitaciones que creemos que tenemos, son educativas y no reales? Si todo el tiempo te dicen: “es que tú no puedes cantar notas altas” y no lo intentas, nunca vas a saber si es verdad o no. Esa idea de los límites que nos imponemos nosotros mismos me da daba vueltas y vueltas a la hora de hacer esta historia. Dije: “Esta personaja podría descubrir que los zombis sí pueden pensar y sí pueden hablar, nomás que no se dan el permiso”. Si lo extendemos un poco, creo que tiene que ver con la humanidad en general, sobre todo lo que nos decimos que no podemos. A veces es bueno que nos pongamos esos límites. También está para el otro lado, como decíamos, la humanidad es muy complicada y muy contradictoria. Hay un conflicto ahí. Imagínate que de repente descubriéramos nuestra capacidad para el mal… no, mejor que pensemos que hay límites.
El espacio literario en tu obra es una ficcionalización de la Ciudad de México. También te ficcionizalizas a ti misma, ¿qué implica hacer esa versión tuya accionando sobre ese espacio de ficción?
Es parte de un ejercicio lúdico. He vivido toda la vida en Ciudad de México. Sí he viajado de aquí para allá, pero nunca he vivido en otro lugar. Lo más lejos que estuve fueron siete semanas, Realmente no cuenta para decir que he vivido aquí o allá. Soy lo que se llama “flor de asfalto”. Para mí, pensar en la fauna silvestre, son las cucarachas, las ratas y las ardillas. Es complicado, tengo muy en mí ADN esta cuestión de esta ciudad, se entrevera con los cuentos. Esta ciudad, tan exagerada como es y yo burlándome de ella, y de los otros que viven en ella. Porque una vez más se enlaza con lo que tú decías hace un momento, de esa autoimportancia que nos damos a veces. “¡Ay es que la capital… y mi abuelita!”. Realmente, cuando te subes a un microbus, se suben a cantar y el chofer dice: “pásele, hay lugar” y tú dices: “no, no hay lugar”, nos debería matar de risa estar haciéndonos los interesantes. Creo que todo eso, de esos espacios, lo incluyo porque me da mucha risa. El hecho de a veces meterme como personaje, es una Raquel que es muy como yo, pero que no soy yo. Es como este alter ego. Creo que tiene que ver con mis influencias. Por ejemplo, a mí me gustaba mucho de niña y adolescente (bueno todavía me encanta), Jorge Irbangüengoitia. De repente era tan poderoso lo que leía que no sabía si estaba leyendo partes de su diario, cuentos o crónicas. Realmente decía: “es que sí le pasó”, o “no le pasó”, “qué tanto pasó” y “qué tanto no”. Me gustó tanto que creo que es algo que retomo yo como estrategia. Lo platico mucho con amigas. Pasa mucho que cualquier cosa que escribes, te habla tu papá o tu mamá y te dice: “¿por qué no me lo habías dicho?”. Y contestas: “mamá, es una ficción, no pasó”. O una escena subida de tono y ya te empiezan a llegar los inbox de: “hola amiga, ¿cómo estás?”. Además, creo que es algo divertido porque pasa mucho, o no sé si pasé más a las mujeres que a los hombres. Realmente no sé. Ese personaje no soy yo. Creo que también le pasa a muchos hombres, sucede con tanta frecuencia que dije, “pues que se llame Raquel, para qué le voy a estar cambiando el nombre”. Pero que le pasen cosas que a mí no me pasan. Además, quien lo lea no pueda saber qué tanto es cierto y que no. Hay un cuento, El número que usted marcó, el número que pongo de teléfono es realmente el número que tenía yo de niña. Realmente vivía en esa casa con mi mamá, con mi abuela y realmente mi mamá murió cuando yo tenía 15 años y mi abuela pocos años después. Tiene muchas cosas de verdad, pero nunca me ha pasado una cosa de que marco un número de teléfono y me contesta un muerto. Creo que eso se vuelve un juego de hasta donde llega lo anecdótico, lo autobiográfico. Y a eso, añadir la hora de la locura, las invenciones.
La ficción que utilizas en tus cuentos o esta alegoría de los zombis, ¿lo consideras que es una denuncia social?
Creo que sí y creo que es muy importante, justo porque es para adolescentes, que haya esa salida. Varios de los cuentos lo abordan. Trato de que las historias vayan primero, pero que estén presente es lo más que me preocupa. Me preocupa mucho esa parte, la violencia contra las personas más débiles, contra las mujeres, contra los niños, contra las minorías. Me preocupa mucho que normalicemos algunas de estas violencias y que de repente sea difícil verlas. Trato de visibilizarlo en los cuentos. Ese de La piraña humana es el cuento cuyo borrador es el más antiguo. Lo empecé a escribir el día que por primera vez me manocearon en el metro. Es horrible, es algo que no debería pasar y que nos pasa a las mujeres y que es horrible. Estaba yo tan avergonzada, enojada y frustrada porque no se me ocurrió cómo reaccionar en ese momento. Decía: “es que debí de agarrarle la mano y torcércela hasta rompérsela al individuo ese, y luego patearle la cara”. Y no hice nada de eso. Entonces, surgió La piraña humana, que sí pudo hacer esas cosas que yo hubiera querido hacer. A la hora de estar escribiendo esa primera versión, era como una catarsis, como un soltar cosas. Poco a poco lo he ido disfrutando. Yo quería que fuera un cómic. Nada más que ahí descubrí que no sé dibujar, por eso también es un poco en formato de guion. Si te lo topas en un libro, sabes que le pasó a alguien más, se presta al diálogo el saber que no estás sola, da cierta, no tranquilidad, pero sí un consuelo de la sororidad, de la solidaridad, es la otra parte que a mí me importa muchísimo. Lo calé con un varón y de repente dice: “yo nunca me imaginé que las chavas vivieran esa angustia”. Yo con eso, con un “nunca me lo había imaginado”, ya me doy por bien servida. Me encanta, es un ejercicio de empatía que no se había dado y que es bueno que se dé en algún momento. Solamente así, en tándem, en equipo, hombres y mujeres, vamos a poder ir cambiando los modos sociales que están muy mal. Creo que los temas difíciles hay que tratarlos lo más pronto posible con los niños, las niñas, los adolescentes. Si nos esperamos a que sean lo suficientemente maduros para hablar del tema, lo que me temo es que ya van a tener una idea fija. Se debe de abordar la pregunta: “¿crees que se podría cambiar?”. Hay cierta plasticidad cerebral en la infancia y en la adolescencia que vamos perdiendo. Y nos volvemos “viejos lesbianos”. No nos queda más que sentarnos. De repente se descubre uno repitiendo las cosas que decía el abuelito, y dices: “¿en qué momento me volví así?”. ¡Pues, toda tu vida te has ido volviendo! Es lo que la sociedad te está dando y si nunca lo cuestionas, pues cómo. Necesitamos estas cosas. Yo creo que lo libros no tienen la obligación de educar o de formar a las infancias o adolescencias, pero sí tienen la posibilidad de abrir ciertos temas a la reflexión, a la discusión. Eso, hacerlo desde lo hipotético, eso es literatura. Esa llave a lo hipotético y a lo lúdico, creo que nos permite explorar escenarios que de otro modo ni siquiera imaginaríamos posibles, o los consideraríamos tabú.
Por último, haciendo referencia al cuento que le da el nombre al libro, ¿si hubiera un ataque de zombis, cuál de tus opciones escogerías, la opción a, la b o la c?
Por supuesto que yo optaría por la opción c. Me subo al coche. Vuelo a Iztapalapa… ¡necesito mi túnel!. Agarro al gato, me llevo a Alberto y me voy a Iztapalapa, sean zombis, sea una inundación. Lo más triste del caso es que no nos daríamos cuenta de que estamos en un momento gravísimo sino ya mucho tiempo después, cuando lo analizáramos. Lo más probable es que lo primero que haríamos sería tomarle foto al zombi, subirlo a Instagram, ver cuántos likes nos dan. Ya viendo que todo el mundo está subiendo fotos de zombis, hablarle a la familia para ver si están bien. No tenemos la capacidad de acción para salvarnos de un apocalipsis zombi. Triste nuestro caso.
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