Hace exactamente 52 años un joven escritor nacido en Tampico debutaba en las librerías capitalinas con su primera novela, titulada En caso de duda. Esa ópera prima le valió el reconocimiento de la crítica y la concesión de la beca Martín Luis Guzmán en 1968. Desde entonces la trayectoria de Orlando Ortiz incluye la publicación de más de cuarenta libros. En esa extensa obra pueden rastrearse, paso a paso, los momentos clave en el último medio siglo de la vida nacional: las luchas estudiantiles en 1968 (Sólo sé que así fue), el Jueves de Corpus (Jueves de Corpus), el surgimiento de la guerrilla y su exterminio por medio de la “guerra sucia” (Vidrios Rotos), las luchas por la apertura de espacios democráticos (Última espera, De entonces y ahora) hasta llegar a nuestros días.
En ese lapso la violencia ha sido una constante en su literatura, específicamente desde la aparición de la antología La Violencia en México en 1971. Por eso no es extraño que este elemento y sus efectos formen la columna vertebral de su más reciente libro, Relatos del presente (Lectorum, 2020). Cinco relatos que recrean los efectos de la violencia al interior de los hogares: familias que se fragmentan, parejas que sólo lo son en teoría, hijos que abandonan a sus padres, niñas secuestradas, desplazados. Se trata en gran medida de una apuesta por el rescate de aquello que Ana Clavel llama “el síndrome de Sherezade”: esa pulsión que tenemos los seres humanos de comunicarnos mediante historias. Esta tendencia resulta particularmente marcada en momentos críticos, como el de la ola de turbulencia criminal que viven, hace más de una década, muchas regiones de nuestro país.
Sobre sus décadas de experiencia como narrador, como conductor de talleres literarios y como promotor cultural, Orlando Otriz accedió a conversar con Siglo Nuevo:
¿Hubo fase de investigación para escribir Relatos del presente? ¿Cómo la vivió?
Investigación formal, como por ejemplo, la que realicé para mi libro Diré adiós a los señores. Vida cotidiana en la época de Maximiliano y Carlota, por citar sólo uno, no la hubo. Sin embargo, creo que de alguna manera se realizó como algo empírico y producto de la realidad que estamos viviendo. Para mí es ella, la realidad, la que siempre me lleva a escribir, hasta los textos más fantásticos que he podido pergeñar surgen de ahí. Los Relatos del presente, son producto también de la realidad y del oficio, no de escritor sino de coordinador de talleres de creación literaria. Tú sabes que llevo en eso alrededor de cincuenta años, y antes viajaba cada semana a diferentes lugares del país. Sigo en eso pero no como antes, los años pesan y no es atractivo despertar, a veces, y preguntarte ¿dónde estoy?
Foto: Dribbble / Alessia Margarita
Algunas de las últimas plazas en las que atendí talleres fueron del Norte, donde la violencia se presentaba con una crudeza atroz. Recuerdo que en una ocasión en la que me pidieron que les diera taller a un grupo de niños, no pude negarme y entre los ejercicios les encargué que escribieran alguna experiencia de su vida o qué hacían cuando no estaban en la escuela. El resultado fue aterrador, pues casi todos los textos giraban en torno a la Santa Muerte. Discretamente les pregunté el motivo y todos tenían experiencias al respecto: parientes cercanos o conocidos asesinados por sicarios, o accidentalmente en una enfrentamiento entre delincuentes. Lo escalofriante es que no lo veían como algo atroz, para ellos era de lo más natural.
En el estacionamiento del hotel en el que me hospedaban había una trinchera de sacos de arena con una ametralladora calibre cincuenta, y varios soldados en el resguardo; además, otros patrullaban el estacionamiento y los alrededores del edificio. Estaban afuera y también adentro, pues se alojaban ahí. En otras ciudades el despliegue de las fuerzas militares o navales no era tan brutal, pero sí se sentía la tensión, pues como estos elementos carecían de cuarteles, los alojaban en esos hoteles, además por las calles circulaban camionetas blindadas, patrullando. Platicando con los alumnos adultos, o personal del hotel o taxistas, me enteraba de historias de desaparecidos, secuestrados, familias ejecutadas, o que habían emigrado dejando casa, negocios, todo.
Relatos del presente es un libro distinto a la llamada narcoliteratura, pues aborda los efectos de la violencia en el ámbito más íntimo, “de puertas para adentro”. ¿Cómo echar luz sobre esos dramas paralelos a los crímenes?
No me atrevía a escribir de eso porque lo sentía muy próximo, y al mismo tiempo porque eran miles de páginas con esas historias las que encontrabas en la prensa (escritas muchas de ellas con las patas). Después los narradores empezaron también a encargarse de presentar esa violencia, digamos que literariamente: Secuestros, cobros de piso, ejecuciones, enfrentamientos de carteles, feminicidios, todas esas crueldades eran tema para narradores. Pero de pronto me di cuenta de que la mayoría de las novelas, cuentos y crónicas se narraban desde la perspectiva de los maleantes, de los asesinos; ignoraban, o no les atraía hacerlo, contar los hechos desde el punto de vista de los que se quedan, de los deudos. No los generadores de violencia, sino los que la sufren, los receptores de alguna manera directos aunque no sean ellos las víctimas inmediatas, los secuestrados o descuartizados.
Foto: Lectorum
Esa perspectiva desde luego es más difícil de abordar. En un descuido te puedes desbarrancar e irte hacia el dramón al estilo película mexicana de la edad de oro de nuestro cine, con llanto, pujido y lágrimas, como Un rincón cerca del cielo o Cuando los hijos se van. Ese era un reto, y creo que también eso fue lo que me atrajo para incursionar por ahí. Los retos son algo que me atrae. Si se me ocurre un asunto, lo tramo pero también veo de qué manera puedo abordarlo sin caer en lo mismo de siempre, sin seguir los caminos trillados. Aunque a veces también es atractivo recorrer tales senderos, pero ingeniándoselas. También es un reto. Implica meterte en los zapatos del otro, vivir esas experiencias sin haberlas vivido. Incitar a tu imaginación y a tus sentidos a explorar sensaciones, conductas, rencores, dolores y odios desconocidos.
Por eso, como lo he dicho en otras ocasiones, a mí no me halaga que me digan “qué bien escrito está tu cuento”; muchos pueden escribir bien, hasta los académicos de la lengua lo hacen, pero a mí me importa que mi cuento los haya hecho llorar o reírse o sonreír o pensar o enojarse, con el personaje, con lo que sucede o hasta con el autor (yo), pero que no los haya dejado indiferentes.
Fue así como nació Relatos del presente. Para este volumen escogí sólo cinco relatos, escribí más, pero todavía estoy trabajando algunos, puliéndolos, para publicarlos, si se puede, más adelante.
Decía Vicente Leñero que la historia de México puede reconstruirse haciendo un recuento de sus crímenes. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?, y si es así, ¿a qué razones atribuye este hilo?
Con todo respeto, creo que Leñero exageraba. Nuestra historia y la de muchos otros países podría reconstruirse recordando la violencia por la que han atravesado. ¿Qué me dices de los ingleses, de los franceses, de los rusos? Ellos incluso decapitaban a sus reyes, aquí asesinamos a los presidentes o candidatos, pero no argüimos leyes ni los juzgamos en toda forma. La violencia está en la historia, es como la literatura. Una novela en la que no pasa nada difícilmente será leída. La violencia está implícita en el movimiento, hay una fuerza en un sentido y si se quiere avanzar debe oponérsele otra, o de lo contrario se queda inmóvil. Ya desde Aristóteles, en su Poética, se asentaba que hay protagonistas y antagonistas, es decir, para que en una tragedia haya tragedia tiene que haber movimiento, debe haber buenos y malos. México no es perfecto, pero tampoco es un infierno. Es un país con peculiaridades y particularidades, como todos los países. Esto da pie a una polémica infinita, por ejemplo, discutir si el escritor sólo debe escribir de lo malo o de lo bueno, o de que si solo escribe desde una perspectiva es porque niega la otra. No. Las cosas no son tan planas, tiene volumen, son poliédricas. Y el escritor debe elegir una de esas caras, porque es imposible verlas todas, tanto como negar esa pluralidad.
“México no es perfecto, pero tampoco es un infierno“, afirma el autor. Foto: Behance / Raul Urias
En Relatos del presente se advierte un cambio de registro de su anterior libro (la novela Ofrenda en el asfalto, un policial en toda regla, ambientado en Huastetlán, Tamaulipas). ¿Es que el policial de enigma se queda corto para narrar lo que ocurre en nuestro México?
Para narrar lo que ocurre en el país yo soy el que se queda corto, no el género policíaco. Me considero incapaz de abarcar la complejidad de nuestra realidad. No descarto que pueda escribir de algún aspecto, porque sí, en Ofrenda en el asfalto relaté una historia en la que lo policíaco se mezcla con lo político, como casi siempre en nuestro país y en muchos otros países, y en Relatos del presente conté historias aparentemente desde una perspectiva muy diferente; sin embargo, si aguzas la mirada, lo político también está allí, y lo policíaco (aunque no con tratamiento de narración-enigma).
En realidad, secuestros, ejecuciones, todo eso es competencia de las policías. Tal vez lo diferente es que en mi novela Ofrenda en el asfalto campea la ironía, algo de humor negro y el ambiente de Huastetlán es muy diferente. Aunque te confieso que si me animara (lo veo imposible, por la edad) a escribir una novela como la que me pides, creo que lo haría teniendo presente el humor; sin embargo, para eso se necesita tener más distancia. Los hechos de Relatos... están muy presentes. Son algo inmediato. Me resultó imposible verlos con humor. Lo trágico es el pan nuestro de cada día, lo que vemos, si tenemos la suerte de no vivirlo, día con día.
Desde la publicación de En caso de duda (Diógenes, 1968), otro de los aspectos que más destacan de su literatura es su habilidad para recrear distintos registros del lenguaje. Relatos del presente no es la excepción: están allí los giros y expresiones que se usan en la frontera tamaulipeca. No es una sola voz, sino muchas y muy distintas: de empleado de abarrotería hasta inmigrantes o señoras de sociedad. ¿Cuál es su método para recrear tan bien esos registros?
Es casi un lugar común que los escritores, cuando los entrevistan, digan a quienes aspiran a ser escritores que es más importante leer que escribir. Estoy de acuerdo, pero yo añadiría que también es mucho muy importante desarrollar el oído. Saber escuchar. Yo, por ejemplo, nunca he podido escribir un cuento o cualquier relato si antes no escucho hablar a mis personajes; primero escucho hasta el timbre de su voz y su forma de hablar. Un buen escritor debe tener un oído excelente. No niego la importancia de leer mucho, pero el escritor también debe saber ver y escuchar, no sólo voces sino ruidos y músicas. El escritor debe desarrollar los cinco sentidos.
Ilustración: Hessie Ortega
¿De dónde parte para escribir un cuento, una novela?
Creo que de todo eso y más. En ocasiones una palabra que encuentro en algo que estoy leyendo o la escucho al pasar, a veces es una imagen, alguna historia. Es más difícil que un personaje me motive; estos entran cuando voy a escribir una historia o si viene acompañado de una. Porque los personajes están en los cuentos y novelas para hacer o deshacer algo, no solo por su apariencia o su modo de hablar. Debe haber algunos textos con personajes inmóviles, pero yo aventuraría que esa inmovilidad es aparente, pues el movimiento puede no ser físico pero sí mental o memorioso. En esos recuerdos y sentimientos habrá movimiento, o en las especulaciones.
Daniel Sada y Federico Campbell solían debatir respecto al papel de la investigación para escribir novelas. Campbell defendía al reporteo, Sada la imaginación absoluta. Hay, entre ambas posturas, muchos puntos intermedios: ¿con cuál de estas posturas se identifica usted?
Creo que los dos tienen razón y al mismo tiempo que ninguno de ellos la tiene. Cada historia te pide una forma de trabajarla. Hay textos que he planeado minuciosamente, pero al avanzar olvido los detalles porque los personajes o el desarrollo de la historia me lo exige. También hay cuentos, sobre todo, que he empezado a escribir sin saber hacia dónde voy, pero a las pocas líneas descubro hacia dónde debo ir y cómo. Lo peor para un escritor es ser dogmático. La filosofía de la composición, de Poe, es un texto que me gusta mucho y me sirvió mucho, pero llega un momento en el que debes olvidarte de esas directrices, pues ya has generado tus parámetros. Malo es querer empezar ignorando a esos maestros, porque sólo vas a descubrir el hilo negro o el agua tibia. Poe, Quiroga, Chejov, en fin, esos maestros del cuento funcionan como horizonte, no como dogma. Por eso, si piensas preguntarme qué escritores han sido paradigmáticos para mí, te respondo desde ahora que todos. Todos los buenos autores, porque reconozco que al carecer de un director de lecturas leí mucho y no todos eran recomendables. Leí mucha basura, pero incluso esos me enseñaron algo: lo que no debe hacerse.
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